lunes, 10 de julio de 2023

Otro domingo en la oficina


Bueno, no sé ni cuantas victorias lleva Max a cuestas, así que mejor os remito a las toneladas de copy & paste que circula en estos momentos sobre el Gran Premio de Gran Bretaña y, de paso, os recuerdo que mi deporte preferido es predicar en el desierto.

Mi difunto padre creía a pie juntillas en que la posteridad le iba a rendir tributo, mi hermano mayor, ya desaparecido, pensaba de manera similar; yo salí retorcido en este aspecto y me conformo con que la posteridad de los demonios me espere lo suficiente para que me dé tiempo a pasarlo bien y me respete en el corazoncito de aquellos que me convocaron y a los que asistí en la medida de mis escasas fuerzas, y quizás sea esta perspectiva vital la que me lleva a maldecir a quienes insisten, día sí y día también, en que Verstappen no merece las loas que se dedicaron a Sebastian Vettel y Lewis Hamilton.

Los periodos de dominio siempre han sido un puñetero coñazo, pero puesto que no surgieron tantas pegas entre 2010 y 2013, mucho menos entre 2014 y 2020 —2021 si añadimos el Mundial de Constructores—, no veo por qué el holandés no puede disfrutar en tranquilidad de su más que posible tercera corona consecutiva, y que le digan a él también que se parece a Ayrton Senna, ¡aúpa tú que barres a Alain Prost!, o chorradas parecidas...

Se curró de lo lindo el triunfo en 2021, con drama dantesco y sombra de sobres barcénicos (Joserra dixit) en el resultado final, que es a lo máximo que puede aspirar a pedir a la Fórmula 1 cualquier aficionado de bien, independientemente de que no venciera sobre una meravigliosa creatura de Maranello, algo que, de haber sucedido, lo habría elevado a la cima del Olimpo por la vía rápida. 

En 2022 y lo que llevamos de 2023, el hijo de Jos está haciendo lo que todos en esta época de politiqueos y diálogos entre representantes de la FIA e ingenieros escritos por un chimpancé. El chiquillo no es responsable de que cobre puntos hasta el Tato, ni de que a las pruebas puntuables se sumen unas Sprint que también regalan puntos, ni de que como le den cuerda rompe los récords de chichinabo de Lewis en la mitad de tiempo... No, Max no es culpable del actual estado de cosas. Es un fenómeno sobre un monoplaza que le permite circular con la herramienta fuera del habitáculo, y el muy cabrón lo hace sin esperar los halagos y genuflexiones de los mamones que habitan el paddock, lo que puntúa doble.

Max pasa y repasa sobre el catecismo de los incautos y es eso lo que duele: que nos está poniendo frente al espejo de esa máxima disciplina del automovilismo deportivo que ha sido incapaz, durante años, de mostrar su excelencia salvo que no mediaran dominios avasalladores.

No me satisface del todo, pero me arrodillo ante él por tener los santos huevos de mostrarnos los feos costurones de los que está hecha la F1. Y sí, ha sido otro domingo en la oficina, pero en Silverstone huele todo tan distinto...

Os leo.

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