Quién nos iba a decir hace ocho años que la vida iba a continuar sin nosotros, sin que le importemos demasiado, como ya sucedía antes; aquí, en la misma habitación que nos vio crecer juntos, donde ahora soy yo quien te cuenta historias pasadas y presentes de ese veneno que nos unió cuando yo era un puto crío y tú mi hermano mayor.
Ocho años ya y las aguas van remansando por pura inercia —tampoco busquemos milagros donde nunca los ha habido—. Quedan los recuerdos y me agarro a los más gratos al igual que hacen los náufragos con su tabla mientras otean el horizonte buscando una silueta salvadora o la fina línea que delata una promesa de costa. Queda eso, y queda también el sabor agridulce que produce saber que te fuiste cuando deberías haberte quedado, siquiera para seguir tratándome como a tu hermano pequeño.
Te echo de menos...
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