sábado, 24 de octubre de 2020

Caperucita feroz

No tengo ninguna culpa de que os hayan hecho dóciles o mansos con lo establecido, pero ha quedado muy buena noche para visitar a Michael antes de que la prensa y las modernas corrientes de pensamiento lo conviertan en una esencia fantasmagórica, desdibujada más allá de una espesa bruma de números.

Lo he dicho muchas veces y recordándolo me excuso preventivamente, pero el Kaiser me apartó de la Fórmula 1 cuando todo lo que tocaba resultaba previsible. Luego volví a pecar con la disciplina y me acerqué a él a base de visionar viejas carreras. Allí descubrí un tipo increíble con el que aprendí a convivir a pesar de sus dantescas sombras y sus fogonazos de luz. 

Schumacher siempre ha sido (para mí) una moneda con dos caras y canto, jamás me ha importado aceptarlo así, en la que pesaba más el rerverso que el anverso. Bueno, llegó su retorno a la Fórmula 1 con Mercedes GP (ahora Mercedes AMG) y por defender su derecho a volver —¡coñe, hay que estar muy alelado para considerar viejo a un tipo con 42 años!—, me acerqué a su figura como hago con el resto de pilotos. No voy a decir que adoro al de Kerpen porque sería mentir como un bellaco, pero tampoco voy a ocultar que me jode en extremo el trato que se le ha dado desde aquel fatídico y lejano 29 de diciembre de 2013.

Un hombre, él, no es nada sin sus pecados y virtudes, y el caso es que a base de edulcorarlo, el heptacampeón se nos ha ido quedando en un conductor al que sólo cabía batir cuando, en realidad, es uno de nuestros últimos colosos precisamente porque era capaz de las mayores ruindades y de los gestos en pista más asombrosos.

A Michael se le descuenta su etapa en Brackley por no afear sus estadísticas, y se suele olvidar su periodo en Benetton porque allí estaba Flavio Briatore, y ello a pesar de que el italiano fue quien materializó el dream team juntando a Rory Byrne, Ross Brawn y nuestro protagonista, sin que estuvieran Jean Todt y su varita mágica, mucho menos Luca Cordero di Montezemolo. No es por nada, un campeonato de Constructores y dos de Pilotos que hacen falta para entender al alemán en plenitud si pretendemos comprender por qué sigue siendo irrepetible.

Nos queda, obviamente, su etapa como hombre de La Scuderia

A falta de pilotos británicos la prensa isleña adoptó al matagigantes como unos años antes había escogido a Senna para llevar en los desafíos el pañuelo de la Queen. Y el caso es que Schumi no era un cualquiera. Le gustaba vencer, pero sobre todo disfrutaba peleando por la victoria, a veces recurriendo a comportamientos arteros, con Ayrton, con Damon, con Jacques, con David. A su nombre hay que unir los de Mika Hakkinen, Juan Pablo Montoya, Jenson Button en 2004, Kimi Raikkonen y Fernando Alonso en 2005 y 2006, o la película nos quedará siempre incompleta... No era sólo el hombre que tenía un escudero y un equipo detrás. Como recordó Ross Brawn cuando defendió al asturiano en lo del Singapurgate, Michael daba el 120% sobre el asfalto porque creía en su gente y consideraba que su compromiso era máximo, idéntico o cercano al suyo. Jamás puso una pega a una orden vertida desde el muro.

No me extiendo. Schumacher era líder porque no temía ni al miedo. Cada circunstancia adversa, cada problema, suponía para él un reto y era capaz de arrastrar a quien fuese a superarlo. No hay mucho que comparar aquí, la verdad. Se hizo fuerte entre fuertes, rápido entre veloces, sagaz, perverso, un cabronazo de tomo y lomo, porque su objetivo era sobresalir incluso ante un Pedro De La Rosa en Hungaroring. Como el puto aceite.

La bruma de números nos dice que ha sido igualado pero no es verdad. Michael, incluso ahora que es intangible y britishlandia canta la epopeya en acto único de Lewis Hamilton, seguirá siendo el Kaiser, mi Gran Caimán, Caperucita roja en referencia a su casco cuando estuvo en Brackley, o Caperucita feroz debido a que, como todos los colosos, gozaba de esa cualidad única que cierne a las mentalidades egoistas que se crecen en la adversidad, que no saben vivir sin ella, que compiten por ser mejores que sus iguales, que no entienden la vida si los rivales juegan con una mano atada a la espalda.

Os leo.

1 comentario:

  1. Desde 2014 (si no contamos los campeonatos Hacendado, que también pero por otras razones, aunque para mí se reducen a la misma) llamamos a la disciplina "Fórmula 1", porque "siempre va a ganar El Mierda sí o sí dado que los rivales correrán con una mano atada a la espalda" queda demasiado largo.

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