«Enfermerita, los hombres aman a las mujeres, pero recuerda esto: ¡por encima están los coches…!»
Hoy acerco hasta Nürbu el Alfa Romeo 8C del fabricante Spark que forma parte de mi colección a escala 1/43, más que por tratarlo como vehículo, como hemos hecho en otras ocasiones [#1/43], con la intención de hablar de un pasatiempo en el que caben desde los que coleccionan por coleccionar —aunque resulte difícil de digerir, hay quien tiene más interés en fardar ante sus amigos de vitrina con cochechitos en su interior que de saber sobre su contenido—, a los que buscan motivos para rellenar sus horas de ocio mejorando los modelos comprados, pasando, obviamente, por los que atesoran esculturas a pequeño tamaño que reflejan un mundo muy alejado de su poder adquisitivo —quién no envidia a Lawrence Stroll y sus juguetes escala 1/1, o a Jay Leno o Ralf Lauren, etcétera.
Cerquita de donde vivo está el Museo de Coches Antiguos y Clásicos Torre Loizaga y tuve ocasión de visitarlo en su configuración actual cuando Luis Ortego presentó allí su libro [24 para Le Mans]. Años antes había estado entre sus Rolls-Royce cuando simplemente componían el grueso de la colección de Don Miguel. Corrían los años finales de la década de los ochenta del siglo pasado y, conociendo mi pasión por los trastos de cuatro ruedas, mi primo Javi Llosa me llevó a Galdames para disfrutarla casi en pase privado...
En fin, no me enredo. Al coleccionista de cochecitos a escala suele faltarle dinero y espacio pero, por regla general, tiene como denominador común un exhaustivo conocimiento de sus piezas, ya que, la grandeza de este hobby reside, precisamente, en el caudal de conocimientos que aporta. Otra cosa es que, como mencionábamos antes, haya quien lo aproveche y quien no.
Y bien, el 8C Competizione fue presentado como prototipo en el Salón del Automóvil de Fráncfort de 2003 y, con algunos retoques, repitió en el de París de 2004 (las citas de Fráncfort y París se alternan), debido a la expectación que levantó al suponer un homenaje a los 8C de la época dorada de Alfa Romeo, y ser el primer deportivo con motor delantero y tracción trasera de la firma de Milán desde el SZ/RZ de inicios de los noventa del siglo XX.
Cerquita de donde vivo está el Museo de Coches Antiguos y Clásicos Torre Loizaga y tuve ocasión de visitarlo en su configuración actual cuando Luis Ortego presentó allí su libro [24 para Le Mans]. Años antes había estado entre sus Rolls-Royce cuando simplemente componían el grueso de la colección de Don Miguel. Corrían los años finales de la década de los ochenta del siglo pasado y, conociendo mi pasión por los trastos de cuatro ruedas, mi primo Javi Llosa me llevó a Galdames para disfrutarla casi en pase privado...
En fin, no me enredo. Al coleccionista de cochecitos a escala suele faltarle dinero y espacio pero, por regla general, tiene como denominador común un exhaustivo conocimiento de sus piezas, ya que, la grandeza de este hobby reside, precisamente, en el caudal de conocimientos que aporta. Otra cosa es que, como mencionábamos antes, haya quien lo aproveche y quien no.
Y bien, el 8C Competizione fue presentado como prototipo en el Salón del Automóvil de Fráncfort de 2003 y, con algunos retoques, repitió en el de París de 2004 (las citas de Fráncfort y París se alternan), debido a la expectación que levantó al suponer un homenaje a los 8C de la época dorada de Alfa Romeo, y ser el primer deportivo con motor delantero y tracción trasera de la firma de Milán desde el SZ/RZ de inicios de los noventa del siglo XX.
A decir de los expertos, el 8C Competizione dejaba bastante que desear en comportamiento, seguramente porque escondía bajo su carrocería de fibra de carbono soluciones Maserati, marca también del Grupo FIAT, y la hibridación no resultó todo lo fina que habría sido deseable.
Comenzó a producirse en serie limitada a 500 ejemplares a partir de 2007. Llevaba bajo el capot un V8 de 4.7 litros que arrojaba una potencia nominal de 450 caballos y fue diseñado por Wolfgang Egger —actualmente en Audi y responsable, entre otros, de la remodelación de los SEAT Ibiza y Córdoba en 1999—. Y bueno, os podéis imaginar que a tamaño natural no me cabía en casa y lo más inteligente fue hacerme con un modelo a escala, porque, francamente, es precioso a rabiar y, además, es un Alfa.
Os leo.
Os leo.
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