miércoles, 11 de marzo de 2020

Nana del coronavirus


Nuestro castillo de naipes es eso: un castillito frágil que imaginábamos indestructible en el que era posible solicitar que la autoridad nos deje en paz pues ya nos bastamos nosotros para saber lo que nos conviene, y hete aquí que ha llegado el coño coronavirus y ha puesto todo patas arriba, que hasta los Leónidas del neoliberalismo claman por la intervención rápida del Estado.

Llevo días saliendo poco de casa, para lo imprescindible y en horas calculadas de menor afluencia en supermercados, mayormente. No veo a Elías desde el viernes y tomo el café en el estudio o, acaso, si la ocasión lo requiere, en la calle Itxasbide después de habérselo pedido a Asier o Jairo en la barra, pero procurando que nuestro contacto sea mínimo. Eso sí, que los saludos no falten aunque ahora los hagamos a cierta distancia...

No diré que haya miedo al contagio pero sí que en Gorliz nos lo hemos tomado en serio, total, cuesta poco ejercer la responsabilidad, y es que existen cosas en la vida que no tienen sentido si no las empapas del concepto solidaridad.

Y bien, todo empezó con la cancelación del Gran Premio de China y aquello sentó mal, pero estamos en Melbourne y resulta ahora que a lo mejor la Fórmula 1 no debería haber ido allí...

Hay mucho dinero en juego y resulta incluso comprensible que se juegue con fuego, y aquí el problema no reside en el número de afectados o en si las bobadas de Marko tienen más o menos sustancia, sino en la responsabilidad que tenemos todos en que esto acabe lo más pronto posible, ya que el previsible frenazo de la economía mundial se va a llevar por delante más gente que el virus como el asunto se prolongue.

Ya es tarde, desde luego, pero me apetecía echar unas líneas sobre el asunto y cantarle una nana por ver si se duerme de una puñetera vez y nos deja en paz.

Os leo.

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