domingo, 19 de enero de 2020

Lost and love


A Helen la consume el alzheimer y Jackie espera paciente a que ella olvide definitivamente cómo se llama y no le reconozca cogiendo su mano o acariciándola, igual que confiaba el escocés en que apareciese François en los retrovisores de su Tyrrell, durante cualquiera de las vueltas de aquel amargo Gran Premio de Estados Unidos de 1973 que no disputó pero supuso el final de su carrera deportiva porque su amigo ya no estaba...

«La distancia no es un problema. El problema somos los humanos, que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar. Y el amor se siente con el corazón, no con el cuerpo...» Stewart es de esos gigantes olvidados que hacen cosas que casi nadie entiende ahora. Comodón cuando el monoplaza disponía de ala que lo presionaba contra el suelo, no escatimaba redaños cuando tocaba lidiar con un vehículo más suelto y ligero. Hábil con neumáticos nuevos y bailarina con gomas gastadas, el de Milton y patillas generosas en sus buenos tiempos, rebautizó el Nordschiele como The Green Hell porque lo sobrevivió en aquel monumental diluvio que supuso el Gran Premio de Alemania de 1968.

Hablas de Jackie en público y la gente te mira raro, y no es extraño: el olvido es la secuencia misma que nos conduce a la nada. Jairo, durante el desayuno, me dice que pocos sobre agua como Hamilton, y pienso, inevitablemente, en cuánta agua ha tenido que sortear el británico para ser un mago, un rainmaster, cuando a Stewart, siendo Dios en piso mojado, la neorealidad lo ha mandado a la cuneta.

Los viejos de aquí idolatramos a una figura que se nos ha quedado para vestir santos porque la actualidad nos ha pasado a todos por encima, literalmente. Jackie sólo hay uno, pero si hay que explicar el chiste éste pierde toda su gracia.

No es cuestión de títulos ni mucho menos de números. Jackie Stewart era capaz de arrinconarnos en la esquina del cuadrilátero y todavía estoy esperando a que alguien me diga quién de nuestra actual parrilla produce el mismo tipo de emociones.

Perdemos aceite en cada curva pero nos da lo mismo. Nos quedamos en la superficie de las cosas y nuestro protagonista no iba a ser menos. Él, que conducía lo mismo en condiciones favorables que adversas, espera pacientemente a que su esposa Helen se apague definitivamente. Se sabe el final de la película pero prefiere apurar los últimos instantes que le quedan vivos porque ahí fuera el silencio no atiende a razones. Él, poema sobre folio en blanco, impertinente a su manera, sigue siendo el mismo Jackie de la vieja escuela reflexionando sobre su esposa: el final está cerca pero uno nunca sabe qué ha de dar de sí una recta o un giro a derechas, y, contumaz, persiste en ofrecernos lecciones que no escuchará nadie.

Os leo.

1 comentario:

  1. Cabronazo, dicho desde el cariño, muchas veces pienso que te vas a perder buscando sumar y sumar entradas por demostrar que eres el más rápido y consistente. Todas buenas, que nunca das puntada sin hilo, pero de pronto das con textos como el de hoy y te arrugas. Te leí ayer que no estarás en 2021, y te voy a echar de menos. Y quiero que lo sepas por si esto ayuda a que cambies de opinión.

    Te leo desde 2008. Todo esto será muy distinto después, y sé que lo sabes.

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