viernes, 17 de enero de 2020

Gente que cree de verdad


Por suerte para todos las historias de superación no se escriben solas, hace falta creer, creer mucho; en realidad son necesarias altísimas dosis de fe inquebrantable en que lo conseguirás o en que si surge un tropiezo sabrás levantarte para continuar creyendo. 

Por fortuna, repito, en el interior del Mini dorsal número 305 iban dos individuos que creían por ellos y por nosotros, en que hoy, día 17 de enero de 2020, culminarían el Dakar saudí en primera posición, seguramente imaginando que terminarían sobre el capot de su vehículo cogidos de la mano y sujetando la bandera que nos hace a todos un poco partícipes de su logro. Un regalo, vamos, a los que hemos empujado desde la distancia y a los que han estado a un palmo de ellos jaleando cada centímetro recorrido y ganado a la prueba.

Hace años escribí algo sobre lo gafe que querría ser yo con tal de parecerme en algo a De la Rosa [El gafe de Pedro], porque en este puñetero país no cabe un bobo más y lo que no encaja en nuestros planes siempre es gafe, por definición. El resto es una mezcla de postureo idiota del que no nos desprendemos ni con agua caliente y vinagre...

En fin, van tres dedos de Jack Daniels, una pipa bien cargada con mi fiel Mac Baren y unas letras escritas a vuelapluma, dedicado todo ello a los que todavía no han llegado a pillar la gracia que supone apostarlo todo a un número o una idea con fe ciega en lograrlo.

Se ha alcanzado el sueño pero perfectamente podía no haber sido así —la competición es muy puñetera con estas cosas—, y si me lo permitís, os diré que aquí mismo está la gracia: en la puta incertidumbre que nos ha tenido pegados a la televisión a la hora de ver los resúmenes diarios o secuestrados siguiendo las retransmisiones en directo. Carlos y Lucas han certificado un Dakar de 10 y la escuadra española ha mantenido alto el pabellón común hasta el último kilómetro. Hay muchas razones por las que sentirse feliz hoy y no las voy a desgranar por simple decoro o por no herir la sensibilidad de nadie, como prefiráis. Disponemos de un elenco de peleones (y peleonas) de tomo y lomo, gente que cree de verdad, y el peor favor que podemos hacerles es proyectar sobre ellos nuestras miserias cotidianas. 

Todos han vencido, del primero al último; sólo ocurre que El Matador, de nuevo, es nuestro avatar, el líder de la manada, el tipo en el que se puede confiar a ciegas porque con ésta van tres oportunidades en que demuestra que el recurso al gafe es de perdedores y que su magia es más poderosa que la nuestra en esa perfidia de carrera cabrona que llamamos Dakar a secas.

Os leo.

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