Siento anunciaros que no vamos a mantener este ritmo de dos publicaciones diarias ni aunque me pusiera hasta arriba de whisky. Este año tengo previstas otras cosillas en relación a nuestro deporte y para llevarlas a cabo me hace falta tiempo, un tiempo que por desgracia debo sacar de aquí.
Lo de 2018 ha estado bien. Plantarse en 1.030 publicaciones de 1 de enero a 31 de diciembre tiene su cosilla, básicamente porque le había dicho que se podía hacer a un buen amigo que perdí definitivamente ni sé ahora cuándo, incluso contando con todo lo que había escrito entre mayo de 2012 y julio 2014 para Diariomotor, o en 2016 para Planeta Deporte, o desde 2017 para MotorPoint, MomentoGP y Graining, así como en otras aventuras para las que antes me llamaban y en la actualidad no lo hacen por cautela, miedo, o simple cobardía, que de todo hay en la viña del Señor.
En fin, soy el demonio del Infierno Verde y de momento lo llevo bien. Un individuo del que se habla y que produce risas en algunos grupitos de wasap pero al que en redes sociales se tilda de forofona alonsista, obispo de la alonsada, o cualquier otro tipo de chorrada que sirva para desgastarlo.
Y bueno, a uno le llaman tantas veces conspiranoico que, como os comentaba el otro día, me apetecía durante 2019 despacharme a gusto con este tipo acusaciones, porque uno conspira hasta que la realidad le da la puta razón, lo que en cristiano significa que en ese preciso instante se delata que los valientes acusadores, cuando vertían sus inquinas entonces, no sabían ni por dónde les daba el aire, y eso que eran tan apasionados como nuestra avezada chavalería, y sabían tanto de la Fórmula 1 como nuestros gurúes actuales.
Y bien, puesto que no hay manera de impedir que los dedos se me escapen con dirección a Nürbu en cuanto tengo un ratito tonto, vamos a empezar el repaso a mis hazañas desconocidas por el Modelo Hamilton, una figura retórica que parimos aquí entre 2007 y 2008, que conocen de sobra los que me acompañan desde aquella época, que falló en su primera intentona por razones que no vienen ahora al caso, pero que funcionó a las mil maravillas en la segunda, con Sebastian Vettel.
No sé si hoy es igual porque mandé el ejercicio de la Publicidad a tomar por el saco en 1997 y en cierta manera llevo desvinculado de ella desde entonces y gracias a Dios, pero en aquellos años se diferenciaba la promoción de un producto entre escalera y ascensor. El primero pretendía calar en el público como hacen los escaladores: asegurando pared; el segundo explotaba el hype y de ahí hasta el infinito y más allá, ¡que le fueran dando al suelo que pisaba...!
Con Lewis la cosa no funcionó como estaba previsto porque andaba por ahí un producto escalera de libro, un piloto hecho a la manera antigua cuyo nombre prefiero no mencionar en estos momentos. El negocio tampoco le había pillado el tranquillo al nuevo modelo de explotación, y aunque en 2007 la cosa parecía terminar en tablas, lo cierto es que cuajaba meses después, en 2008, en la última curva de Interlagos y con Felipe Massa como oponente, por un punto de diferencia conseguido en el último suspiro. Vamos, una mierda pinchada en un palo como propuesta de nuevos tiempos. ¡Que era mi Felipe, jopetas, no Kimi!
La historia fue tan chunga que basta tirar de hemeroteca para comprobar cómo le daban al de Tewin desde la prensa británica en 2009, y eso que era Campeón del Mundo. No es complicado, en serio. Pero a lo que vamos, a tan a mayores llegó el asunto que el diablo del Infierno Verde hizo las paces con ese piloto del que se dice que odia por envidia, cuando más hostias le estaban cayendo a él por centímetro cuadrado [Fantastic, Lewis!].
Hamilton llegaba desacompasado al modelo de explotación que había parido con precipitación Bernie para suplir el hueco dejado por Michael. Lo de ascensor le venía grande porque, en el fondo, el británico siempre ha sido un producto escalera.
Lewis necesitaba cocción lenta, vérselas con la parte áspera de la Fórmula 1 y resucitar desde el sótano, como un Rindt o un Peterson, o incluso un Alonso. Y bien, el zagal tardó lo suyo en convencer del todo al respetable, casi seis años, que se dice pronto, pero mientras el británico cumplía con nuestra liturgia de toda la vida, Vettel se beneficiaba a partir de 2010 de la depuración del bendito sistema de creación de héroes modernos propuesto por el FOM y llevado a cabo con la colaboración necesaria de la FIA y maese Whiting, y a nosotros nos llamaban iluminados mientras alcanzaban a aterrizar los listos cuando el campo ya estaba despejado de broza y piedras.
No tengo etiqueta para esta serie, pero seguro que algo se me ocurre. Os leo.
Y bueno, a uno le llaman tantas veces conspiranoico que, como os comentaba el otro día, me apetecía durante 2019 despacharme a gusto con este tipo acusaciones, porque uno conspira hasta que la realidad le da la puta razón, lo que en cristiano significa que en ese preciso instante se delata que los valientes acusadores, cuando vertían sus inquinas entonces, no sabían ni por dónde les daba el aire, y eso que eran tan apasionados como nuestra avezada chavalería, y sabían tanto de la Fórmula 1 como nuestros gurúes actuales.
Y bien, puesto que no hay manera de impedir que los dedos se me escapen con dirección a Nürbu en cuanto tengo un ratito tonto, vamos a empezar el repaso a mis hazañas desconocidas por el Modelo Hamilton, una figura retórica que parimos aquí entre 2007 y 2008, que conocen de sobra los que me acompañan desde aquella época, que falló en su primera intentona por razones que no vienen ahora al caso, pero que funcionó a las mil maravillas en la segunda, con Sebastian Vettel.
No sé si hoy es igual porque mandé el ejercicio de la Publicidad a tomar por el saco en 1997 y en cierta manera llevo desvinculado de ella desde entonces y gracias a Dios, pero en aquellos años se diferenciaba la promoción de un producto entre escalera y ascensor. El primero pretendía calar en el público como hacen los escaladores: asegurando pared; el segundo explotaba el hype y de ahí hasta el infinito y más allá, ¡que le fueran dando al suelo que pisaba...!
Con Lewis la cosa no funcionó como estaba previsto porque andaba por ahí un producto escalera de libro, un piloto hecho a la manera antigua cuyo nombre prefiero no mencionar en estos momentos. El negocio tampoco le había pillado el tranquillo al nuevo modelo de explotación, y aunque en 2007 la cosa parecía terminar en tablas, lo cierto es que cuajaba meses después, en 2008, en la última curva de Interlagos y con Felipe Massa como oponente, por un punto de diferencia conseguido en el último suspiro. Vamos, una mierda pinchada en un palo como propuesta de nuevos tiempos. ¡Que era mi Felipe, jopetas, no Kimi!
La historia fue tan chunga que basta tirar de hemeroteca para comprobar cómo le daban al de Tewin desde la prensa británica en 2009, y eso que era Campeón del Mundo. No es complicado, en serio. Pero a lo que vamos, a tan a mayores llegó el asunto que el diablo del Infierno Verde hizo las paces con ese piloto del que se dice que odia por envidia, cuando más hostias le estaban cayendo a él por centímetro cuadrado [Fantastic, Lewis!].
Hamilton llegaba desacompasado al modelo de explotación que había parido con precipitación Bernie para suplir el hueco dejado por Michael. Lo de ascensor le venía grande porque, en el fondo, el británico siempre ha sido un producto escalera.
Lewis necesitaba cocción lenta, vérselas con la parte áspera de la Fórmula 1 y resucitar desde el sótano, como un Rindt o un Peterson, o incluso un Alonso. Y bien, el zagal tardó lo suyo en convencer del todo al respetable, casi seis años, que se dice pronto, pero mientras el británico cumplía con nuestra liturgia de toda la vida, Vettel se beneficiaba a partir de 2010 de la depuración del bendito sistema de creación de héroes modernos propuesto por el FOM y llevado a cabo con la colaboración necesaria de la FIA y maese Whiting, y a nosotros nos llamaban iluminados mientras alcanzaban a aterrizar los listos cuando el campo ya estaba despejado de broza y piedras.
No tengo etiqueta para esta serie, pero seguro que algo se me ocurre. Os leo.
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