martes, 23 de octubre de 2018

Tiempos modernos


De un tiempo a esta parte me llaman periodista con demasiada frecuencia. No es que me importe demasiado aunque empieza a resultar preocupante, porque esta circunstancia delata —amén de lo perdidita que anda la profesión— que la masa necesita que las verdades se las cuente sólo un periodista de verdad, de esos que tienen claro qué es información y desinformación, y fundamental: que usen y abusen de ese paternalismo rancio que les inclina a pensar por sus lectores y a decidir por ellos qué les conviene conocer y qué no.

Obviamente me llaman periodista para ponerme a parir. Tampoco me importa mucho, para qué vamos a enredarnos, aunque el asunto también delata lo perdidito que anda este tipo de personal que se siente ahogar en una realidad sin etiquetas...

Antes, alguien perdía el conocimiento en un restaurante y caía al suelo, un suponer, y bastaba gritar ¡hay un médico en la sala! para sentir que se estaba haciendo de buen samaritano con altas probabilidades de salvar al interfecto. Hoy no vale eso. Hoy ha que solicitar un médico bueno y pedirle las credenciales, y preguntarle a qué facultad ha ido, y aclarar si su título es de ley o ha sido regalado, etcétera... Vamos, que como sea grave lo del tipo del ejemplo, seguro que acaba palmándola por tardanza en recibir socorro.

Bueno, pues con el periodismo en nuestro deporte pasa tres cuartos de lo mismo. Y es que se está extendiendo la especie, entre los más jóvenes y alguno cuyas neuronas no se han desarrollado al ritmo que su boca, que aquí sólo puede hablar determinada gente porque los demás contaminamos, distorsionamos, embaucamos, o directamente mentimos con no se sabe qué artera intención. Y lo más cachondo del caso es que encima se quejan de intrusismo. ¡Ahí!, ¡con dos avellanitas y un palo!

Independientemente del alarmante grado de elitismo y pijerío que destila este planteamiento, se me ocurre que el problema puede estar en lo de ser paternalista, porque esto de pensar por los demás y saber de antemano qué les conviene o no, viene a ser lo mismo que tratar a los lectores como si no fuesen adultos.

La Fórmula 1 está malita, pero no por Lobato ni por el alonsismo. Pierde seguidores en todo el mundo, no sólo en España. Y esta sintomatología no ha surgido como las setas en otoño sino que viene de lejos, de cuando los paternalistas de antaño también pensaban por su público y decidían qué tipo de contenidos debía consumir, qué afición era la buena y cuál era la mala, etcétera. No sé, no voy a recomendar a nadie que deje de quejarse, pero si sus letras y conceptos no le entran a un tipo de aficionado que prefiere irse a otros abrevaderos, a lo peor es el quejica quien no está haciendo bien las cosas, tal vez porque lo suyo no sea el periodismo...

Y no, no soy periodista, aunque me gusta tratar a mis lectores como si fuesen seres inteligentes, que la mayoría lo son.

Os leo.

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