Que un piloto se sorprenda por radio de lo que le sucede en pista y, terminada la carrera, se baje de su coche con un cabreo notable, sólo significa una cosa: su jefe no ha hecho los deberes.
Toto se apellida Wolff pero perfectamente se podría apellidar «Bienqueda» (Es sieht gut aus). El austriaco es digno hijo de los nuevos tiempos.
Imagino que por mantener elevada la moral de Valtteri le ha dicho que podía ganar el Gran Premio de Rusia. Imagino, también, que imaginaba que Lewis resolvería el asunto en los primeros compases de la prueba. Imagino que ha sentido una perturbación en la Fuerza cuando ha comprobado que su piloto finlandés resultaba inalcanzable para su piloto británico. E imagino, por último, que en ese preciso instante, Wolff ha descubierto que tenía obligación de estropear una preciosa historia de amor, que habría quedado resuelta con un mejor final si en el briefing de la mañana hubiese puesto las avellanitas sobre la mesa para advertir a sus conductores, que nada de aventuras por libre hasta no tener amarrados los dos campeonatos.
El resultado ha saltado a la vista. Y si ya es bastante patético que en un Mundial entre tetracampeones que van en pos de los números de Fangio, ¡tachán!, haya que andar sacrificando a sus escuderos cada dos por tres, ¡tachán-tachán!, razón de más para llevarnos las manos a la cabeza cuando la ventaja de Lewis sobre Sebastian era bastante holgada antes de la cita y el poderío de Mercedes AMG había quedado meridianamente claro desde el mismo viernes por la tarde, como para permitirse el lujo de que Bottas ganara una carrera que legítimamente era suya.
Lo del podio ha quedado un poquito forzado. Si Toto hubiese actuado como Jean Todt en Austria 2002 a lo mejor sí lo compraba, pero hoy no ha habido amenazas de rescisión de contrato ni conato de rebelión por parte del piloto sacrificado. La cosa ha quedado tan sosangas que de no ser por el careto del de Nastola al bajar de su monoplaza, seguramente ni nos habríamos enterado.
Pero en fin, a lo que iba. Vivimos tiempos cutres en los que un jefe como nuestro protagonista es incapaz de discernir cuáles son sus atribuciones para actuar en consecuencia sin que el deporte se lastime. Esto a Ross no le pasaba, pero claro, Ross se apellida Brawn, no «Bienqueda».
Os leo.
bienqueda jakjakjakjakjakjka, pues bueno, hamilton esta pilotando mejor que nunca, un nivel nunca antes visto, la queen se ha superado a si misma
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