El equipo es la madre del cordero en Las 24 Horas de Le Mans, y soy plenamente consciente de la perogrullada que estoy soltando. Pero a ver, llevo todo el día corrigiendo textos, paso un instante por Twitter y me doy de bruces con uno de esos debates que hacen afición de la buena, ¡sí por mis cogieron! He salido por patas, qué os voy a contar.
Que Fernando cumpla el próximo domingo 300 GPs o 66.734 me da exactamente igual, lo preocupante es que con el mes que tenemos encima, haya quien decida entretenerse en tratar de cultivarnos a los demás con la intención de que no cometamos errores y seamos buenos. Y el caso es que como venía diciendo, me he refugiado donde suelo hacerlo a diario, aquí, en Nürbu, un lugar incómodo para los rigurosos porque me suelo tomar la vida a cachondeo y cuando hay que decir perogrulladas las digo, faltaría más.
Y sí, es una de ellas, y bien gorda, aludir a la suprema importancia del equipo en Las 24 Horas de Le Mans, porque a ver, es importante en cualquier competición de motor —desde luego en la Fórmula 1 también.
Pero en Resistencia es esencial y hay que recalcarlo al menos una vez antes de que dé comienzo la prueba más brutal del calendario WEC, no sea que a su terminación venga alguien y suelte eso tan temido de que tal o cual piloto ha ganado Le Mans, olvidándose de sus compañeros al volante, de los mecánicos, del jefe deportivo, de los analistas, ingenieros y estrategas, etcétera, incluso del chaval que cruza los dedos para que le toque a él llevar esas pizzas de madrugada cuando la cocina del equipo ha sufrido problemas que la impiden funcionar —¿qué os creíais. Que no pasaba?—, soñando mientras las entrega, como hacen los recogepelotas del Roland Garros, que algún día podrá estar al otro lado de la puerta, junto a esos tíos grandes que reponen fuerzas en posturas incomprensibles, con sus héroes, hombro con hombro, ¿quién sabe si subido a uno de los autos...?
El rigor es iglesia donde los rigurosos se acogen a sagrado, pero sincerémonos, no permite demasiadas aventuras. Soñar entre ellas.
Y sí, repito, supone una perogrullada decir que el equipo es lo más grande en este tipo de pruebas, pero es lo que hay. El equipo en Resistencia es una fuerza de choque perfectamente conjuntada y engranada. Las personalidades quedan aparte. Las tripulaciones se eligen con sumo cuidado y el razonamiento de toda la carrera es el promedio.
El Comando de Operaciones Especiales tiene puntas, aleros, medios y defensas, especialistas en todos los campos. Quien se muestra más rápido saldrá a clasificar. Quien vaya más veloz de noche defenderá al equipo cuando la oscuridad se cierna sobre La Sarthe. Quien cuide mejor las gomas hará los relevos más largos. Y del cockpit hacia el interior del garaje: los mejores en cada área estarán en su sitio, y de ahí para arriba hasta llegar al comandante, quien moverá sus fichas sobre el asfalto como si hubiese obtenido su graduación en West Point y hubiera ganado los galones sobre el terreno en Guadalcanal o Normandía.
¿Oléis a esa pizza que mencionaba antes? Bien, lo hemos conseguido.
Os leo.
Que Fernando cumpla el próximo domingo 300 GPs o 66.734 me da exactamente igual, lo preocupante es que con el mes que tenemos encima, haya quien decida entretenerse en tratar de cultivarnos a los demás con la intención de que no cometamos errores y seamos buenos. Y el caso es que como venía diciendo, me he refugiado donde suelo hacerlo a diario, aquí, en Nürbu, un lugar incómodo para los rigurosos porque me suelo tomar la vida a cachondeo y cuando hay que decir perogrulladas las digo, faltaría más.
Y sí, es una de ellas, y bien gorda, aludir a la suprema importancia del equipo en Las 24 Horas de Le Mans, porque a ver, es importante en cualquier competición de motor —desde luego en la Fórmula 1 también.
Pero en Resistencia es esencial y hay que recalcarlo al menos una vez antes de que dé comienzo la prueba más brutal del calendario WEC, no sea que a su terminación venga alguien y suelte eso tan temido de que tal o cual piloto ha ganado Le Mans, olvidándose de sus compañeros al volante, de los mecánicos, del jefe deportivo, de los analistas, ingenieros y estrategas, etcétera, incluso del chaval que cruza los dedos para que le toque a él llevar esas pizzas de madrugada cuando la cocina del equipo ha sufrido problemas que la impiden funcionar —¿qué os creíais. Que no pasaba?—, soñando mientras las entrega, como hacen los recogepelotas del Roland Garros, que algún día podrá estar al otro lado de la puerta, junto a esos tíos grandes que reponen fuerzas en posturas incomprensibles, con sus héroes, hombro con hombro, ¿quién sabe si subido a uno de los autos...?
El rigor es iglesia donde los rigurosos se acogen a sagrado, pero sincerémonos, no permite demasiadas aventuras. Soñar entre ellas.
Y sí, repito, supone una perogrullada decir que el equipo es lo más grande en este tipo de pruebas, pero es lo que hay. El equipo en Resistencia es una fuerza de choque perfectamente conjuntada y engranada. Las personalidades quedan aparte. Las tripulaciones se eligen con sumo cuidado y el razonamiento de toda la carrera es el promedio.
El Comando de Operaciones Especiales tiene puntas, aleros, medios y defensas, especialistas en todos los campos. Quien se muestra más rápido saldrá a clasificar. Quien vaya más veloz de noche defenderá al equipo cuando la oscuridad se cierna sobre La Sarthe. Quien cuide mejor las gomas hará los relevos más largos. Y del cockpit hacia el interior del garaje: los mejores en cada área estarán en su sitio, y de ahí para arriba hasta llegar al comandante, quien moverá sus fichas sobre el asfalto como si hubiese obtenido su graduación en West Point y hubiera ganado los galones sobre el terreno en Guadalcanal o Normandía.
¿Oléis a esa pizza que mencionaba antes? Bien, lo hemos conseguido.
Os leo.
Querido Jose,
ResponderEliminarno es ninguna perogrullada. Es más, caso de que el número #8 se lleve la tan ansiada victoria, habrá mucha gente que lo obvie.
Empezando por los que organizan el cotarro:WEC, ACO, FIA; y terminando con el último cámara encargado de sacar los primeros planos en el podio.
Eso en el mejor de los escenarios. En el peor ya tenemos la experiencia de Spa donde el más anti encontraba argumentos de favor cuando a falta de migajas desde el pit, con buen criterio, llamaron a la calma.
En fin, que me temo que este primer clásico de la Superseason será vendido como un asturiano contra el mundo y si el domingo a las 15:00 no está cruzando la línea de meta sentado en el TS050 incluso alguno le quitará merito.
Un saludo.