martes, 22 de mayo de 2018

Un verdadero desperdicio


La historia debería ser como las cebollas, que caducase al año. Así, seguramente, por no poder mirar más atrás de mayo de 2017, caeríamos en la cuenta de la importancia real que tienen para nosotros Grandes Premios como el de Mónaco, que lleva ahí desde 1929 casi de manera ininterrumpida.

Podríamos decir sin temor a errar que este tipo de pruebas son como una columna alrededor de la cual crece una hiedra en la que es posible distinguir desde la vieja hoja de la primera victoria de Grover-Williams [W. Williams] hasta la nueva correspondiente al triunfo de Sebastian Vettel el año pasado. Todas, todas esas carreras están ahí y bastaría alargar la mano para retenerlas un rato y ver de nuevo qué sucedió en cada una de ellas: si hubo lluvia o no; si lució el sol; si ocurrieron accidentes leves, graves o incluso mortales...

Comprendo que la cosa daría para llenar una enciclopedia y que no está el asunto como para tomarse tanta molestia, pero ¡coño!, tanto glamur tanto glamur, acaba aburriendo a un rebaño de ovejas.

Que tampoco sé si estáis de acuerdo conmigo, pero como decía hace unas horas, entre que nos amustiamos a lo tonto o por imperativo de la actualidad que desgraciadamente nos toca vivir en lo nuestro, se nos está pasando por alto que Mónaco es la sexta prueba de un calendario al que le quedarán quince carreras cuando bajemos la persiana en El Principado.

Tan sólo por este hecho circunstancial y porque la clasificación del campeonato está apretadita como no hemos visto en muchos años, digo yo que merecería la pena ponernos el traje de explorador para entender por qué este Gran Premio ha acumulado tanto glamur como le sale por las orejas en la actualidad. No sé, a lo mejor nos llevamos alguna sorpresa y recordamos hechos y acaecidos que ocurrieron en su interior y que valían como títulos, sobre todo para sus protagonistas.

No voy a enredarme demasiado, lo prometo, y tampoco pretendo que esto sirva de tirón de orejas a nadie. Pero que esta tarde me he hartado de glamur, tanto que creo que sufro de sobredosis, sobre todo cuando leo a algunos de nuestros eminentes no salir de conjugar a troche y moche el verbo hacer negocio.

Y sí, Mónaco se ha convertido en un gigantesco burdel donde hacerlos, pero mira, también se intentó en Las Vegas y la cosa no salió como se esperaba, seguramente porque a la capital del juego en Nevada le faltaba disponer tras de sí de una larguísima historia vinculada al automovilimo deportivo, y también, porque no es lo mismo disputar una prueba en un aparcamiento que en una ratonera cuyas calles y curvas han servido como telón de fondo a películas de James Bond.

—Enfermerita. Los hombres aman a las mujeres, pero hay una cosa que aman aún más. Los hombres aman los coches...

Lujo, coches, dinero, mujeres, y no por este orden, son ingredientes de eso que llamamos glamur, pero no jodamos que no sabemos salir de esta ecuación de primaria. Tenemos un Mundial entre manos, Hamilton y Vettel darán un pasito alante o uno atrás en sus respectivas aspiraciones este próximo domingo. Estamos a martes de Gran Premio y no hablar de estas cosas me hace recordar al gran Marcos Mundstock soltando aquello de: un verdadero desperdicio.

Os leo.

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