La presencia de Lance Stroll en la parrilla de este año supone una de esas cosas que por mucho que te las expliquen nunca se acaban de entender. Sea como fuere, el joven piloto canadiese tiene numerosos seguidores y, obviamente, una horda de detractores. Desde MotorPoint yo me limitaba a dar mi opinión cuando, a primeros de mayo, El Circo se dirigía a Barcelona con la intención de disputar el Gran Premio de España.
La actualidad viene impuesta. El pasado Gran Premio de Rusia resultó tan anodino y falto de alicientes como para ser historia al cabo de un puñado de días, y en cambio, el estreno de Fernando Alonso sobre la pista de Indianápolis lleva horas copando la mayoría de titulares, artículos y comentarios de internet.
La actualidad viene impuesta. El pasado Gran Premio de Rusia resultó tan anodino y falto de alicientes como para ser historia al cabo de un puñado de días, y en cambio, el estreno de Fernando Alonso sobre la pista de Indianápolis lleva horas copando la mayoría de titulares, artículos y comentarios de internet.
A priori no parece que hubiese mucho dónde elegir para seguir hablando de nuestro deporte, aunque al final, también es verdad, un hecho y el otro forman parte de la misma historia y están íntimamente ligados, como la cabeza y la cola en la serpiente de Ouroboros, porque la Fórmula 1 que nos ha dejado como legado Bernie Ecclestone adolece de numerosos problemas que tardarán bastante tiempo en ser resueltos, mientras que, en los Estados Unidos de América, donde el automovilismo de competición sigue siendo fiel a sus raíces a pesar de haber sabido adaptarse a los nuevos tiempos, un evento en apariencia menor, ha sabido concitar el interés de nada más y nada menos que 2.000.000 de personas según las estimaciones más cautas.
Así que vamos a meternos en harina hablando de Lance Stroll, el joven piloto de Williams, quien fue capaz de terminar la carrera en el circuito de Sochi sin incidentes reseñables y a una vuelta de la cabeza, después de un abandono por fallo mecánico y dos aparatosos accidentes en las tres pruebas anteriores.
A todas luces no parece un gran saldo para el canadiense. Menos aún si contemplamos que a decir de los expertos, el coche que conduce, un FW40, es una de las mejores máquinas de la parrilla que, además, debería estar sirviendo para dar brillo a la escudería de Grove, ya que en 2017, como sabéis, ésta celebra el cuadragésimo aniversario en la máxima competición.
No, no es un gran saldo ni algo con lo cual sacar pecho.
A Stroll le faltan todavía algunos hervores como piloto por mucho que algún friki haya comenzado a mirarme de reojo tras leer estas líneas.
Lance es inexperto e inmaduro —la razón nos dice que es así, o tendría que hacerlo—, y debería estar fogueándose en cualquier sitio menos a los mandos de uno de los dos monoplazas que pone en pista una de las escuderías más laureadas en Fórmula 1 junto a Ferrari y McLaren. Todo esto le viene grande al chiquillo pero tiene dinero que lo respalda y es aquí donde demasiada gente pierde pie o prefiere mirar hacia otro lado.
Resulta obvio, o me lo parece, que Lance Stroll tiene perfecto derecho a labrarse un historial en la máxima categoría del motorsport. Si, además, dispone de los dólares y los medios que le permitan lograr su sueño, parece que no cabe más que decir. Pero, desgraciadamente, hay mucha más tela que cortar en este asunto.
Bernie Ecclestone ha sembrado de desigualdad económica el deporte porque así resultaba más sencillo manejarlo, y de suyo, las carencias de presupuesto de cada participante se han ido resolviendo de una década aquí, gracias a la inestimable contribución de los pilotos de pago, figura, por otro lado, nada ajena a la Fórmula 1.
Lo que no es de recibo es que lo abultado del maletín que trae consigo el soñador de turno acabe definiendo el día a día de una competición en la que, nominalmente, sólo tienen cabida los mejores, porque en caso contrario, estaríamos dando carta de naturaleza a una perversión del espíritu de la Fórmula 1, y consiguientemente, a su devaluación como activo y como espectáculo.
No quiero aburriros. Mi abuela diría que para este viaje no hacían falta alforjas.
No quiero aburriros. Mi abuela diría que para este viaje no hacían falta alforjas.
Lance Stroll, por salud, debería abandonar inmediatamente su puesto en Williams. Por el equipo, que no merece celebrar sus cuarenta años en competición abonándose al quizás la próxima vaya menos mal o al Dios dirá, pero fundamentalmente por él mismo, ya que un piloto debe construirse desde los cimientos, acumulando experiencia, destilando errores para definirse a mejor con el transcurso de las pruebas.
Obrar en sentido contrario, a la manera de Bernie, sólo da la razón a los que no esperan nada de una carrera de Fórmula 1 y se arremolinan para ver un entrenamiento privado en Indianápolis. Es un viaje contraproducente, a ninguna parte. Tal vez rentable a corto plazo, pero a la larga: nefasto para el protagonista y para quienes depositamos alguna esperanza en él.
Os leo.
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