Aprovechando la fuerza de esta imagen de Thomas Stephen Smith, voy a echar el ratito antes de salir a tomar el vermut comenzando por recordar que todas nuestras temporadas se dividen en cuatro estaciones, como los años solares.
Entre finales de enero y el Gran Premio de España, por ejemplo, los gurúes salen de sus santuarios, hacen sus pronósticos, abonan el terreno con augurios y esperanzas, y con un poco de suerte nos ponen la cabeza como un bombo con juegos pseudocientíficos que distan muy poquito del «Encuentra las siete diferencias» de toda la vida. Entre mayo y finales de julio, más o menos, existe un periodo de vendimia temprana. Si hay suerte y no hay peligros en el horizonte se recoge lo sembrado y se empieza a escuchar «¡Como dijimos en febrero...!». Es un periodo de exaltación cromática y sonora. No hay que perdérselo nunca.
En plena canícula surge la tercera estación cuya duración depende de lo fuerte que venga el hype. Se afinan los lápices y se usa profusamente la goma de borrar. Ya no hay siete diferencias sino tres o cuatro, pero los pronósticos son ahora mucho más acerados y acertados, lógicamente. Como saetas envenenadas golpean una y otra vez los flancos de lo obvio y aflora casi sin querer el mejor grito de victoria que ha parido madre: «¡Yo lo dije primero!»
Cuando todo el pescado está vendido, ahora, para qué vamos a engañarnos, decaen los alaridos de guerra y los juegos de adivinanzas y los otros, e inevitablemente se da paso a «El valor de una victoria está en la grandeza de tus oponentes.»
Un respetito, por favor, pongámonos en pie aunque maldita la gracia que te haga. Da lo mismo que recuerdes perfectamente lo que se dijo en marzo o en abril, lo que trascendió en junio o en agosto, que hayas escrito lo que has escrito en los doce meses anteriores... Al rival vencedor lo respetamos siempre porque en caso contrario te haces pupa tú y sólo tú. Y así... ¡Malperdedor, que eres un malperdedor y un envidioso...!
Mi abuela diría que todo esto supone un claro ejemplo de confundir el culo con las témporas. Te pasas tres cuartos de la campaña de Fórmula 1 fingiendo ser científico y racional, y llegado el momento de descubrir las cartas sobre la mesa lo olvidas todo y aceptas con absoluta fe talibán que si ha ganado este piloto o este otro es porque es el mejor y punto. ¡A la mierda con los matices!
Hamilton, ayer, en Interlagos, hizo el gañán y con todas la letras, algo impropio de un tetracampeón que merezca ser considerado a la altura de Alain Prost. El pobre Vettel ha protagonizado hazañas parecidas en un pasado relativamente reciente, incluso en el mismo lugar que el británico, en 2012, cuando se cepilló a Bruno Senna y necesitó a casi media parrilla para remontar. Pero no puedes poner en evidencia que la calidad de esta temporada que estamos finiquitando deja mucho que desear, así, por lo global, y en lo concreto, que a Lewis se lo ha puesto muy fácil Sebastian.
Nadie, que yo sepa, ha pedido que se devuelvan los títulos que no satisfacían ni al gran Ayrton: «Todos los años hay un campeón, pero no siempre hay un gran campeón», ¿recordáis?
En mi caso —no puedo responder por otros, evidentemente—, sólo pretendo contextualizar las cosas ahora que nadie parece tener intención de rascar el barniz que las potege de la intemperie y los envidiosos. Por mucho que Mercedes AMG haya hecho un vídeo homenaje a Ferrari en el que tributa a la italiana con el bonito eslogan «The value of a victory is to be found in the greatness of the opponent...», la cosa no deja de sonar mucho a chiste malo, ya que 2017 ha estado entretenido pero bastante flojito, y soy consciente que de aquí se podrían sacar muchas conclusiones... Si se quiere asumir el riesgo, claro está.
Os leo.
Un respetito, por favor, pongámonos en pie aunque maldita la gracia que te haga. Da lo mismo que recuerdes perfectamente lo que se dijo en marzo o en abril, lo que trascendió en junio o en agosto, que hayas escrito lo que has escrito en los doce meses anteriores... Al rival vencedor lo respetamos siempre porque en caso contrario te haces pupa tú y sólo tú. Y así... ¡Malperdedor, que eres un malperdedor y un envidioso...!
Mi abuela diría que todo esto supone un claro ejemplo de confundir el culo con las témporas. Te pasas tres cuartos de la campaña de Fórmula 1 fingiendo ser científico y racional, y llegado el momento de descubrir las cartas sobre la mesa lo olvidas todo y aceptas con absoluta fe talibán que si ha ganado este piloto o este otro es porque es el mejor y punto. ¡A la mierda con los matices!
Hamilton, ayer, en Interlagos, hizo el gañán y con todas la letras, algo impropio de un tetracampeón que merezca ser considerado a la altura de Alain Prost. El pobre Vettel ha protagonizado hazañas parecidas en un pasado relativamente reciente, incluso en el mismo lugar que el británico, en 2012, cuando se cepilló a Bruno Senna y necesitó a casi media parrilla para remontar. Pero no puedes poner en evidencia que la calidad de esta temporada que estamos finiquitando deja mucho que desear, así, por lo global, y en lo concreto, que a Lewis se lo ha puesto muy fácil Sebastian.
Nadie, que yo sepa, ha pedido que se devuelvan los títulos que no satisfacían ni al gran Ayrton: «Todos los años hay un campeón, pero no siempre hay un gran campeón», ¿recordáis?
En mi caso —no puedo responder por otros, evidentemente—, sólo pretendo contextualizar las cosas ahora que nadie parece tener intención de rascar el barniz que las potege de la intemperie y los envidiosos. Por mucho que Mercedes AMG haya hecho un vídeo homenaje a Ferrari en el que tributa a la italiana con el bonito eslogan «The value of a victory is to be found in the greatness of the opponent...», la cosa no deja de sonar mucho a chiste malo, ya que 2017 ha estado entretenido pero bastante flojito, y soy consciente que de aquí se podrían sacar muchas conclusiones... Si se quiere asumir el riesgo, claro está.
Os leo.
Ahora es cuando Lewis se marca un Rosberg y le da lustre al campeonato.
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