Rober y los corazones rotos [#Nürbu 22]

Roberto nos ha abandonado a nuestra suerte hace unas horas y aunque las lágrimas no me dejan ver lo que escribo, siento que tengo que hacer lo que hago siempre y tanto le gustaba: cambiar de planes sobre la marcha, improvisar, convertir una entrada de las que puedo escribir a centenares en un pequeño homenaje a un gallego entrañable que no supo venirse a Gorliz tras encontrar San Juan de Gaztelugatxe y sus ciento y la madre escalones. Perder otro jamón, en definitiva... como si con eso bastara para volver a escucharle...

He dejado a Jordi roto, desencajado y ahogado entre sollozos, he avisado a mis amigos de la triste noticia y he dado la vuelta al teléfono móvil para no mirarlo. No he querido saber más. No me interesaba lo más mínimo qué ocurría a partir de ese momento. Estaba escribiendo sobre Liberty y las 24 Horas de Le Mans, pero él es infinitamente más importante.

—Monta, esto es un biplaza. Y deja el bocadillo de pasada media tarde porque aquí, en el interior del habitáculo, las migas hacen panes...

Intuyo que Roberto quería una entrada en Nürbu, conocer a Preston, circular conmigo y mis idas de olla en el interior del Nordschleife, pero o no supo decírmelo o no le entendí cuando hace diez días me recriminaba por teléfono lo optimista que soy con los Informes de daños. Cabroncete, no hacía falta entregar la cuchara y dejarnos solos. Me lo dices y te hago una elegía o te compongo una oda, que no veas cómo responde un republicano a un amigo que tira cohetes con la enseña constitucional.

Entre la presbicia y las lágrimas no veo una mierda, pero Nürbu se abre ante nosotros para que tú y yo quedemos aquí, enmarcados para toda la puta vida, que decimos los vascos. Bellof lo clavó en seis minutos y poco, y vamos a romper su récord en el viejo Infierno Verde porque las cifras absolutas se hicieron para ser rotas y porque no hay mejor motivo para ir rápido que la rabia...

No quería enterrarte aquí, Rober. No quería. Todo esto es una putada. No había imaginado tener que darte tierra entre mis líneas, pero puesto que es así y nadie va a remediarlo, permíteme que diga bien alto que te quiero y que te recuerde, de paso, que todavía nos queda explicarle a Jordi la diferencia entre un marisco que se juega las alubias en el Atlántico o el Cantábrico, y un gambón mediterráneo con ínfulas de llegar a ser mejor que algo etiquetado como langostino Hacendado.

Nieva en las Eifel, pero la pista parece asequible. Tú y yo...

Te leo.