jueves, 12 de enero de 2017

Me lo pasé bien...


Ha sido medio salir de la gripe y que me hayan entrado unas ganas irresistibles de volverme al catre con Brendan Perry sonando en los cascos de mi viejo iPod. El mundo anda áspero y yo, quizá demasiado chubarrón como para no pensármelo dos veces antes de llevar la mano a las cachas de mi leal Beretta 92F de bolitas.

Te desayunas con un mundo desmoronado que no reconoce ni la madre que lo parió, en el que a falta de guías para el futuro que se nos aproxima, abundan las chorradas como si fuesen grumos de aguaplast en una pared resquebrajada. Los analistas de frigoríficos, gurúes y traductores de Giogio Piola o Craig Scarborough, no saben dónde meterse porque no hay alpiste que llevarse a la boca. Los equipos permanecen cerrados a cal y canto, pero cuentan cosas incluso con sus silencios. Los haters no saben a quién odiar, los trolls son una especie en peligro de extinción...

Nadie parece querer hacer caso a la multitud de señales que se abren paso en el firmamento. Es normal. A decir verdad, quedamos pocos chamanes que se contentan con mirar las estrellas, leer los huesos sobre la arena o cerrar los ojos para abrir las fosas nasales y oler los infinitos aromas que trae consigo la noche profunda...

Creer está en desuso. Es de lilas andar por ahí destilando optimismo. La ilusión es pecado. Lo correcto, ahora, consiste en tasar cada centímetro cúbico de nuestras vidas por ver si han sido correctamente procesados por nuestros organismo. Y si no es así, siempre habrá tiempo para recurrir a un coach o a una topnanny que nos zurza el roto, ¿no?

¡Idiotas! ¡Somos una pandilla de bobos que ha perdido el Norte! Qué más dará que Fernando Alonso afirme que le habría gustado correr en los noventa del siglo pasado o que su mejor década de la F1 se corresponde con la primera del siglo veintiuno. Es su opinión y no hacen ninguna falta los numerosos artículos u opiniones que han pretendido hoy dar o quitarle la razón al asturiano. La Fórmula 1 es tan extensa que da para que cada uno encuentre en ella el hueco más tibio.

Por suerte los números son sólo números y las décadas van de diez en diez años sin que tengan que comenzar por una temporada terminada en cero...

Llegué a todo esto cuando muchos de vosotros no habíais nacido. Y cobré conciencia de cómo me encandilaba y arrastraba casi cuando aparecía el efecto suelo. 

A partir de ahí todo son fragmentos que se van agrupando, solapando y haciéndose densos, hasta definir una masa homogénea que se dibuja nítidamente entre 1976 y 1986. Entre Hunt y Prost. Entre un Lauda que cedía un campeonato por mantener el pellejo intacto, y unos Mansell y Piquet que no fueron capaces (todavía) de contener al Profesor.

Ahí, anclado en esa etapa, me lo pasé bien, infinitamente bien. Es tanto cuanto puedo deciros.

Os leo.

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