La edición del Gran Premio de Alemania de 1957 ha pasado a la historia como la mejor carrera disputada por Fangio. Él, un hombre que temía la muerte, que acuñó la frase: «No vale la pena arriesgar la vida por un poco de popularidad», se la jugó allí bien jugada.
También supuso su última victoria, pero no adelantemos acontecimientos. Correr en el Nordschleife entre 1954 y 1957 era meterse entre pecho y espalda unos 502 kilómetros —casi dos Grandes Premios actuales—, estar al volante más de 3 horas y media, entrar y salir del infierno en 22 ocasiones.
El de Balcarce tenía experiencia con el circuito y en esas lides. Salvo en 1952 y 1955, fecha esta última en que no se celebró la prueba alemana, el argentino había disputado todas las carreras en Nürburgring desde 1951, venciendo en 1954 y 1956, con Mercedes-Benz y Ferrari, respectivamente, y fue precisamente su experiencia con la italiana la que le llevó a encarar la cita de 1957 como si no hubiese duelo más importante en el mundo.
Es menester irnos un año y medio antes. El accidente de Pierre Levegh en las 24 Horas de le Mans, donde se ocasiona la muerte del piloto y casi un centenar de espectadores, lleva a la de Stuttgart a abandonar la máxima disciplina al final de la temporada. Fangio es por entonces un bicampeón del Mundo que conseguirá su tercer entorchado de forma bastante amarga. Sin coche para el año siguiente, ficha por Ferrari para 1956 in extremis, pero al poco se demuestra que Il Commendatore y él comprenden el deporte de diferente manera.
Enzo Ferrari pretende supeditarlo a la estructura del garaje italiano. Juan Manuel no entiende cómo tres mundiales pueden valer tan poco...
Aquello es un choque de trenes de libro, pero el austral, necesitado de reivindicarse para sobrevivir, hace de tripas corazón, aguanta, vence y convence, por cuarta vez en su vida profesional.
En 1957 Fangio sabe que se retira —«No quiero imponer mi presencia al público durante demasiado tiempo. La gente se cansa de ver siempre las mismas caras»—, y en la sexta prueba puntuable de la temporada sitúa el momento de pasar al cobro algunas facturas, precisamente en Nürburgring.
Ferrari dispone de un fabuloso vehículo, el 801, Fangio milita en el bando de las esperanzas. Su Maserati 250F es una herramienta sobrepasada, pero todavía noble y resolutiva, sobre todo si al volante va un viejo lobo cuyo hocico tiene tantas cicatrices como canas.
Dicen que Enzo y él se saludan fríamente cuando Juan Manuel carretea por la calle de garajes para tomar posición en la parrilla. El argentino es el poleman, pero el de Maranello confía plenamente en sus hombres. Uno sabe que juega con poco combustible a un primer relevo de vértigo. El otro conoce perfectamente que el bajo consumo de los 801 serán la baza definitoria. Sin embargo, ambos se equivocan.
El Chueco arranca como una centella. Devora kilómetros quizás pensando en los consejos que le daba tres años antes a Onofre. Gana una ventaja estimable en las primeras vueltas y en la 11 se mete a boxes pensando que saldrá delante de los rossos, o lo suficientemente cerca de ellos como para rematarlos en un par de giros, tres a lo sumo. Pero yerra el tiro.
La parada es un suplicio. No había martillos neumáticos como ahora ni cuatro o seis mecánicos por eje. Las tuercas de las ruedas se aflojan a mazazos, una a una, y el depósito de combustible no cuenta con un canal de desahogo: debe llenarse con cuidado para evitar reflujos... Fangio ha perdido la carrera.
Los Ferrari de Collins y Hawthorn van delante, pero a una distancia inasequible para alguien que no quiere jugarse la vida por un poco de popularidad. El Chueco reza entonces. Seguro que también piensa en el hijo de Domingo.
Conoce el Nordschleife como la palma de su mano y se mantiene a distancia en las rectas para ir reduciéndola en los giros. No quiere levantar sospechas ante sus rivales, y su Maserati se vuelve un demonio en las curvas y en los cambios de rasante para gozo de los allí presentes, quienes aúllan como poseídos cada vez que el coche del más grande roza el suelo con la panza y desprende a su paso una estela iridiscente de chispas y fuegos artificiales. El coche gime, cruje, pero el Chueco va firme al volante, poseído por las ganas de venganza.
Y a tres giros del final, Fangio está literalmente encima de Collins, y lo sobrepasa en el siguiente. Quedan Hawthorn y sus ruedas desgastadas, pero el de Balcarce, con 46 años, apura la frenada, se mete donde no hay sitio y hace definitivamente añicos el sueño de Il Commendatore...
Cuentan que Enzo Ferrari se tocó el ala de su sombrero, en señal de respeto, al ver al argentino pasar primero por la línea de meta. Fangio, empero, tardó semanas en comprender lo que había hecho: «Nunca he conducido tan veloz y jamás volveré a asumir estos riesgos.» Y lo cumple. Ni en Pescara ni en Italia volverá a ser el más rápido. El título 1957 ya le pertenece.
Os leo.
Fantástica toda esta serie.
ResponderEliminarKing Crimson
Diez récords de vuelta consecutivos.
ResponderEliminarLo pienso y me corre un frío por la espalda...
Un abrazo grande a todo Nürbu desde el Coño Sur.
Si uno pudiera viajar en el tiempo, ese sería el momento que elegiría!!!
ResponderEliminarNunca una carrera debió ser más épica aque ésta.
Hazaña nunca igualada hasta ahora..
Saludos desde Argentina
Osvaldo