miércoles, 28 de diciembre de 2016

Los huargos [#Nürbu 08]


Las remodelaciones sufridas por Nürburgring entre las primaveras de 1970 y 1971 no consiguieron apaciguar su espíritu desafiante. Tan sólo se había firmado el inicio de una tregua que iba a durar poco, concretamente hasta agosto de 1976. Los huargos seguían sueltos.

El territorio de los cánidos legendarios del Nordschleife ocupa tradicionalmente las laderas merionales del Hohe Acht, pero en temporada estival suele ampliarse hacia el suroeste sin razón aparente, solapando así la parte más densa del circuito mientras desplaza de ella a las manadas de lobos que la habitan.

El huargo no es un animal autóctono. Dícese que lo trajeron de más al norte la tribus germánicas que se enfrentaron a los romanos, que lo utilizaban lo mismo para amedrentar a las legiones que para saquear sus puestos. Inteligente, de gran corpulencia y tamaño, dócil y leal con sus amos, se convertía sin embargo en un rival temible para sus enemigos, imbatible en el interior de las frondas y bosques, feroz e inasequible al desaliento en campo abierto.

El timbre de su aullido es característico: más bajo y sostenido que el del lobo común, pero a decir verdad, nadie vivo puede afirmar que lo ha vuelto a oír, y quien en la actualidad se atreve a insinuarlo siquiera, se expone a que lo tomen por loco. No obstante, leyenda o cuento de viejas, hay una anécdota que narra cómo Ken Tyrrell jugaba con la existencia de estos míticos animales justo antes de la terrible edición del Gran Premio de Alemania de 1968...

Oncle Ken era el patrón del equipo Matra, pero desplazándose por carretera hacia Nürburgring, la camioneta donde viajaban él, un par de mecánicos y una buena cantidad de aperos menores, sufrió una avería al golpear una piedra mientras atravesaban un pueblo de apenas siete u ocho casas. 

Los chasis ya estaban en el circuito con la mayor parte del material. Había que llegar como fuese. Pero puesto que resultaba imposible encontrar un taller y como además llovía a cántaros, buscaron la herrería para resolver el asunto. Lógicamente, el herrero no hacía ninguna falta, pero sus herramientas y su techo sí, y mientras los tres integrantes se afanaban en enderezar una pieza que nunca he sabido si correspondía a la dirección o a la suspensión, el lugareño no dejaba de hacer preguntas usando algunas palabras vertidas en un pésimo inglés aprendido durante la guerra.

Aquel hombre mostraba urgencia en que entendieran algo. Había sido que le confirmaran que efectivamente participaban en la carrera, y que hubiese comenzado a sentirse muy inquieto. Wardo, wardo, wuargo...

En esto que los deja solos y vuelve al rato con un crío de unos trece años, que para sorpresa de todos habla un inglés comprensible:

—Mi abuelo dice que tengan mucho cuidado. Éste es un año de fantasmas, los hemos escuchado aullar este invierno...

—¿Qué fantasmas, hijo? —Ken se ha puesto en cuclillas para entender mejor al chiquillo.

—Los huargos, señor —contesta él—. No se dejan ver pero traen consigo tormentas y males a la parte alta del Nordschleife...

Arreglada la avería y de nuevo en ruta hacia Nürburgring, cuentan que Ken no paró de pronunciar entre risas la palabra recién aprendida. Como buen granjero, nadie como él para saber lo que da de sí la imaginación de las gentes del campo. También dicen que se le mudó el rostro cuando Jean-Pierre se accidentó en la vuelta 8, y que desde ese momento hasta que Jackie vio la bandera ajedrezada en primer lugar, durante una de las pruebas más duras que se recuerdan, no paró de otear el horizonte, tratando de escuchar algo para lo que no estaba preparado. Su boca no volvió a pronunciar jamás la palabra huargo.

Os leo.

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