3.000

Siento una especie de atracción irresistible por los personajes sombríos, por las historias sombrías, por los entornos sombríos. Quizás por todo ello respondo a la vida con toda la alegría que llevo dentro, y cuando hace falta, con un puntito más que nunca sé de dónde lo saco.

Ésta hace la entrada número 3.000 de un gigante que he construído palillo a palillo, como el puente colgante de Portugalete o el molino de viento que nos mandaban hacer los frailes en el colegio. Engendros que empezabas con ilusión, una o dos cajas de mondadientes y un tubo de pegamento Imedio, y acababas con ayuda de tu madre, o de tu hermano, sin ganas y tirando de engrudo casero porque el Imedio hacía horas que se había terminado.

He cumplido este mismo rito también como padre, ayudando a Josu, aunque con técnicas mucho más depuradas y sin duda con la infinita paciencia que te da la experiencia, por eso mientras escribo estas líneas me sale una media sonrisa.

Os lo he contado, lo que pasa es que vete a saber dónde. Como profesional he realizado muchas maquetas y dioramas. El Museo del Pescador de Bermeo, el de Zumalacárregui en Ormaiztegi, el de Ciencias Naturales de Gazteiz, el Etnográfico de Bilbao, el Archivo Foral de la Diputación de Bizkaia y algunos otros sitios más, muestran, todavía hoy, piezas que confeccioné a mano incluso sólo con papel. No es por sacar pecho, que también, pero era un artista. Lo fui dejando porque llegaron los ordenadores, las representaciones 3D, el corte por láser y fantásticos materiales que representaban prácticamente cualquier cosa... 

También modelaba en arcilla o cera, o tallaba en pastillas de jabón, pequeñas esculturas que salían de la nada y luego pintaba con pincel y aerógrafo. Las últimas las hice para el proyecto Euba y deben andar a mi espalda, cuidadosamente guardadas en alguna caja. He hecho muchas cosas tridimensionales, pero la modernidad impuso que los tipos como yo abandonásemos nuestras herramientas artesanales y dejásemos paso a los drones.

La informática ha traído consigo numerosas bendiciones y facilidades, pero también ha impuesto mucha frialdad. Demasiada. La perfección acaba resultado áspera de cojones. Lo que antes ofrecía errores imperceptibles, intrahistoria, que dicen, ha dejado paso a un mundo uniforme, y lo que es peor, a un rechazo idiota a lo imperfecto que no hay por dónde cogerlo. Así las cosas, sigo dibujando, ilustrando y escribiendo, porque son facetas de mí mismo en las que todavía hay sitio para meter la pata y sacarla, brillar o hacer el ridículo, para volver a comenzar de nuevo como si tal cosa.

Aceptarse o morir. Ésta es una de las cosas más grandes que me ha enseñado Nürburgring y el contacto diario con vosotros. Mientras otros coleccionan hechos asombrosos, yo me he limitado a levantar cada día uno, dos, o tres castillitos de mondadientes, palillo a palillo, para tiralos luego al mar como mensajes en una botella. Son nueve temporadas con ésta, de 2007 acá, y he tenido la inmensa fortuna de poder contarlas en primera persona. Me doy por muy bien pagado porque yo he disfrutado mucho con todo esto. Mi magia es más poderosa ahora, sonrío más, me he vuelto más condescendiente...

No creo que lleguemos a las 4.000 —os haría un flaco favor—, pero bien está haber llegado tan lejos con idénticas ganas de seguir tocando las pelotas y de continuar hasta que el cuerpo aguante. Bernie ataca, quiere sangre (es un decir) porque mejoraría el espectáculo. Esta tarde veremos cómo le contesto.

Un besote a las chicas, un abrazote a los chicos. Os leo, siempre os leo.