Una de las mayores quejas que mantengo ante el sistema social que vivimos en la actualidad, es su negativa rotunda a que disfrutemos de una segunda oportunidad.
El ser humano trasciende su propia bobería como homínido superior, aprendiendo de los errores o superando épocas de sequía. Es de cajón pero parece que no se entiende. El austericidio económico no es idiota por ideología o per se, que también, resulta inadmisible porque es ilógico y de todo punto antinatural, ya que implica que quien cae una vez no se recuperará nunca, ni jamás disfrutará de un segundo intento que le permita ser diferente a aquello que acabó con sus huesos en el suelo...
En sentido estricto, escupir a los caídos supone una forma de orinarse en su futuro y de paso en el de todos. El motorsport en su conjunto nos ha regalado bonita metáforas sobre todo esto, y las 24 Horas de Le Mans en concreto, quizá una de las más bonitas.
Graham Hill, Mister Mónaco por aquello de haber ganado el Gran Premio del Principado en 1963, 1964, 1965, 1968 y 1969, atravesaba a comienzos de la década de los setenta del sigo pasado por una situación bastante adversa. Su íntimo amigo Jim Clark había fallecido en 1968 en una prueba de Fórmula 2 disputada en el circuito de Hockenheimring, y aquello había hecho mella en el piloto británico hasta el punto de hacerle dudar de si seguir o no en la actividad. Por fortuna para los aficionados, Hill se impuso en el campeonato de Fórmula 1 de aquel año aunque sus cercanos reconocerían tiempo más tarde que tras la desaparición de Clark, Graham no parecía el mismo, como se demostraría la temporada siguiente.
En 1969, fue machacado literalmente por Jochen Rindt en Lotus, y para colmo de males, durante la disputa del Gran Premio de los Estados Unidos, penúltima prueba de aquel Mundial, Hill sufrió un tremendo accidente en el circuito de Watkins Glen que le deparó múltiples fracturas en ambas piernas.
Su carrera parecía acabada definitivamente. Entre numerosas dificultades, tardó mucho tiempo en volver a andar por sus propios medios, y se desempeñó en 1970 peor incluso de como había terminado la sesión anterior. El ocaso parecía cernirse sobre el bicampeón del mundo (1962 y 1968) y vencedor así mismo de las 500 Millas de Indianápolis (1966), pero quién sabe si con el interés de rentabilizar su nombre en una prueba tan mítica como las 24 Horas de Le Mans, Matra le ofreció un asiento junto a Henry Pescarolo para disputar la prueba francesa de 1972 sobre el vehículo con dorsal número 15.
Hill y Pescarolo vencieron sobre el Matra-Simca MS670, completando la carrera en 344 vueltas, y al año siguiente, el hombre que había descubierto su segunda oportunidad por azares del destino y sería el primero en ostentar La Triple Corona (Mónaco, Indianápolis y Le Mans), alumbraba la aventura Embassy-Hill, una de las más hermosas que han existido, al menos hasta que un lamentable accidente de avioneta habido en 1975, se llevó por delante su vida, la de algunos integrantes de su equipo, y la de un fenómeno jovencísimo que respondía al nombre de Tony Brise.
Os leo.
Graham Hill, Mister Mónaco por aquello de haber ganado el Gran Premio del Principado en 1963, 1964, 1965, 1968 y 1969, atravesaba a comienzos de la década de los setenta del sigo pasado por una situación bastante adversa. Su íntimo amigo Jim Clark había fallecido en 1968 en una prueba de Fórmula 2 disputada en el circuito de Hockenheimring, y aquello había hecho mella en el piloto británico hasta el punto de hacerle dudar de si seguir o no en la actividad. Por fortuna para los aficionados, Hill se impuso en el campeonato de Fórmula 1 de aquel año aunque sus cercanos reconocerían tiempo más tarde que tras la desaparición de Clark, Graham no parecía el mismo, como se demostraría la temporada siguiente.
En 1969, fue machacado literalmente por Jochen Rindt en Lotus, y para colmo de males, durante la disputa del Gran Premio de los Estados Unidos, penúltima prueba de aquel Mundial, Hill sufrió un tremendo accidente en el circuito de Watkins Glen que le deparó múltiples fracturas en ambas piernas.
Su carrera parecía acabada definitivamente. Entre numerosas dificultades, tardó mucho tiempo en volver a andar por sus propios medios, y se desempeñó en 1970 peor incluso de como había terminado la sesión anterior. El ocaso parecía cernirse sobre el bicampeón del mundo (1962 y 1968) y vencedor así mismo de las 500 Millas de Indianápolis (1966), pero quién sabe si con el interés de rentabilizar su nombre en una prueba tan mítica como las 24 Horas de Le Mans, Matra le ofreció un asiento junto a Henry Pescarolo para disputar la prueba francesa de 1972 sobre el vehículo con dorsal número 15.
Hill y Pescarolo vencieron sobre el Matra-Simca MS670, completando la carrera en 344 vueltas, y al año siguiente, el hombre que había descubierto su segunda oportunidad por azares del destino y sería el primero en ostentar La Triple Corona (Mónaco, Indianápolis y Le Mans), alumbraba la aventura Embassy-Hill, una de las más hermosas que han existido, al menos hasta que un lamentable accidente de avioneta habido en 1975, se llevó por delante su vida, la de algunos integrantes de su equipo, y la de un fenómeno jovencísimo que respondía al nombre de Tony Brise.
Os leo.
Vaya, veo y me confirma, que la historia se repite.Viaja en el péndulo.Va y viene.
ResponderEliminarLa Resistencia no creo que sirva como 2º oportunidad.
Pero sí hace florecer, lo que verdaderamente uno tiene en el ADN.
Salu2,
Iñaki E.