Aunque la mayoría permanezca en sus respectivas cajas, antes de venir a Gorliz me las apañé para hacerme con una batería de sartenes; una delicada colección de copas de cristal de Bohemia, para vino tinto y blanco, agua, cava, etcétera; una selección de cuchillos que adquirí por partida doble porque como con los pinceles de acuarela, uno nunca encuentra el adecuado cuando se pone a la faena; un bonito equipo de utensilios de cocina y una cubertería completa para 12 comensales.
Una vez en el nuevo domicilio, he seguido con esa manía de ilusionarme con cosillas (tabla de cortar, embudos, etcétera) porque entiendo que a pesar de que corren riesgo de ser enterradas en alguna que otra caja de cartón, estarán ahí cuando las necesite.
Viene todo esto a cuento porque con el deporte pienso que nos sucede lo mismo.
Si ayer noche etiquetaba la entrada Ada y Montmeló
con Fórmula 1 y Ecclestone, hoy toca hablar de deporte
porque en esencia, esta es la parte que más me interesa de todo este
tinglado.
Veinte
o veintidós tipos creen en eso de subirse a un coche para hacer lo que
más les gusta, mientras se juegan el pellejo rodando a alta velocidad
para que nosotros disfrutemos con sus evoluciones sobre el asfalto... No sé a
vosotros, pero a mí me compensa de tanto mamoneo y tanta oscuridad como abundan en el paddock y aledaños.
Nos ilusionamos. A veces tanto que quedamos incapacitados para percibir que la vida nos aprieta de tal manera, que discurrimos por ella más presos del pasado y del futuro que atentos al presente. Y de pronto, salta una chispa que creemos reconocer como nuestra, pero en el fondo es mentira. Buscamos en la caja correspondiente y la encontramos rota, o no está sencillamente porque nunca estuvo allí o nos la robaron, o la olvidamos, o se nos pasó comprarla.
Llevo años dando la tabarra acerca de lo peligroso que resulta comparar etapas o ídolos actuales, con memorias pasadas para sacar conclusiones o establecer categorías. Primero de todo porque se hace un flaco favor a los que luchan en la actualidad ya que este presente no se parece en nada a aquel pretérito que se pretende homenajear. Segundo, porque no entender que los contextos cambian confome se modifican los reglamentos, en el fondo supone no entender de qué va la Fórmula 1. Y tercero y último, porque perseverando en trazar puentes imposibles con un escenario que nunca volverá, no hacemos otra cosa que ahogarnos en la melancolía y la nostalgia mientras el hoy se nos va de las manos.
Sebastian Vettel tiene identidad propia fuera y dentro de la pista —quizá no tanta como Fernando o Lewis, pero esto es sólo una opinión—, y por ello sigo sin entender esa manía cada vez más extendida de adornar al tetracampeón del mundo con referencias constantes a Ayrton Senna para enfatizarlo como piloto, como la que surgió el domingo pasado a cuenta de las últimas vueltas al Gran Premio de Mónaco.
He rebuscado en mis cajas de cartón tratando de localizar esa copa de cristal de Bohemia de la que se lleva días hablando, y a cambio he encontrado un precioso vaso de whisky con restos del dorado elemento, en el que se alojan dos hombres con una impresionante personalidad, que llegaron exhaustos a la línea de meta de la carrera en El Principado de 1992. No he visto a Lewis ni a Sebastian, pero sí a Nigel necesitado de que le sotuvieran en toda su corpulencia porque literalmente se venía abajo tras haberlo dado todo luchando con Ayrton.
No soy quién para decirle a nadie de qué ilusiones vive, pero sí para decir que de ilusiones no se vive. Vettel, Hamilton, Alonso y el resto de la parrilla, se merecen que al menos hagamos el esfuerzo de respetarlos tal cual son. Por ellos, por nuestra historia, y por esa arena plagada de recuerdos que desaparecen en cuanto los besa una ola.
No soy quién para decirle a nadie de qué ilusiones vive, pero sí para decir que de ilusiones no se vive. Vettel, Hamilton, Alonso y el resto de la parrilla, se merecen que al menos hagamos el esfuerzo de respetarlos tal cual son. Por ellos, por nuestra historia, y por esa arena plagada de recuerdos que desaparecen en cuanto los besa una ola.
Os leo.
Amén. Vettel como el resto de campeones, se ha ganado a base de lucha el derecho de ser Vettel y nadie más. Creo que todo viene porque Ascanelli y Newey en una entrevista dijeron que a la hora de sacarse esa vuelta perfecta era lo mas parecido a Ayrton, y ahí la peña se emocionó, pero más bien lo veo una chorrada como un piano porque cada cual es cada cual. Que sí,que cuando se trata de rodar solo y a una vuelta es tremendo, pero Ayrton era hijo de su tiempo y en aquel tiempo pilotar era algo mas que una tablet en el volante. Te puede gustar mas o menos, pero dentro de 50 años Vettel sera solo un numero, 4 o 5 mundiales, tropecientas poles, victorias......un piloto muy rapido como tantos otros campeones porque hasta en la memoria hay clases.
ResponderEliminarWilly
Buenas. Discrepo con lo de la identidad propia de Hamilton. Si por algo pretende hacerse notar, no es precisamente por aquello que mejor sabe hacer. Menos dummy que que antes pero pelele todavía.
ResponderEliminarSaludos.