Mi sobrina María ha cumplido 35 años y siento que el tiempo pasa endemoniadamente rápido, que fue anteayer cuando la sostuve por primera vez en mis manos, o ayer cuando tiraba de sus coletas y jugaba en la cama a morderla los tobillos y las pantorrilas entre risotadas cómplices, pasada la efervescencia de una varicela que me atrapó entre sus sortilegios una Semana Santa de 1981.
Koke para ella y un puñado de seres humanos que me caben en la palma de la mano, soñé una vez con comerme el mundo y hoy es el día que sigo macerando la misma esperanza que entonces, a pesar de que demasiadas veces y de forma agoreramente recurrente, lo confieso, pienso también en que debería darme por satisfecho a estas alturas con no haber sido devorado por él...
En unos días mi cabeza se verá cernida por una corona de cincuenta y cinco espinas a las que espero acompañen al menos otras tantas antes de entregar la cuchara, que diría mi difunto padre, Juliantxu, ya que a diferencia de otras ocasiones no me siento ni inquieto ni apesadumbrado sino acaso, algo más altanero y portugalujo que de costumbre, quizás porque hace ahora cinco ciclos solares completos, la vida me demostró que seguía estando dispuesta a hacerme regalos como jamás me había hecho nadie.
El Ferrari 512S Codalunga número 7 conducido por Aurac se ha salido de la pista. Michael Delaney, a bordo del biplaza número 20, se distrae brevemente al percibir la explosión y tratando de evitar a un 911 doblado al que por poco alcanza, concluye su carrera destrozando el coche contra las protecciones. Todo parece estar perdido, pero Townsend, jefe de la Gulf-Porsche, llama al americano para que se incorpore a la tripulación del 917K dorsal 21. Delaney termina en segunda posición pero habiendo contribuído a que su escuadra se llevara la victoria en las 24 Horas de Le Mans de la cinta de idéntico nombre...
—Thank you, Michael!
Quizás todo consista en algo tan sencillo como hacer lo que uno puede y no lo que quiere, acostumbrarse en todo caso a ser un secundario de lujo, de esos imprescindibles que nos quedan a todos en el recuerdo porque mientras estuvieron a nuestro lado o nos rozaron, supieron tirarnos de las coletas, mordernos las pantorrilas y hacernos felices incluso cuando el horizonte estaba teñido por un gris de Payne tan denso como profundo y enigmático.
Os leo.
Steve McQueen en sus mejores horas. Y hay quien dice que Rush es una gran película :)
ResponderEliminarMuy bonita la entrada. Que envidia de escribir tan bien
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