Con la tontería esa de «cerrar las fábricas» por ahorrar algo de calderilla en la actividad, agosto se presenta de un tiempo a esta parte como un mes bastante tontorrón en Fórmula 1, y aunque anteayer me había propuesto ajustarme al ritmo impuesto desde las alturas del deporte y también desde la playa y el periodo vacacional por antonomasia, para qué vamos a negarlo, ayer por la mañana me dije que no, que para qué me iba a sumar al tedio generalizado si al final unos y otros acabamos haciendo lo que se nos manda, incluso descansar cuando dicen que toca.
De forma que para renovar fuerzas, anoche vi Rush acompañado de los dos nuevos inquilinos del estudio, dos gatos que están de paso pero a los que seguro que en septiembre echo de menos, y esta mañana, después de una buena ducha y un sabroso desayuno, me he metido entre pecho y espalda Grand Prix, el peliculón.
Aprovechando la coyuntura y siempre si me sonríe la fortuna ya que con la familia en plan desembarco de Normandía uno nunca sabe a qué atenerse, hoy quizás vea Winning (500 Millas) y mañana les tocará el turno a Senna y Le Mans. Si eso, el lunes visionaré Weekend of a Champion, culpable en última instancia de este ataque de morriña y resistencia numantina que me tiene entretenido en la actualidad.
Hombre, comprendo que para quedar plenamente satisfecho de testosterona, olor a goma quemada y gasolina, bien podía haber elegido una sesión continua con Days of Thunder y Bobby Deerfield como platos fuertes y el Gran Premio de Australia de este año como postre, incluso haber recurrido a ver en bucle durante 8 horas consecutivas la impagable Driven del bueno de Silvester Stallone, pero no era cuestión de eso. Busco renovar fuerzas y para ello, las tres últimas cintas aludidas y la prueba que también he citado, convendremos en que no sirven ni como pasatiempo.
Dicho lo cual y como mencionaba hace unas líneas, la culpa de todo esto la tiene mi amigo Carlos Esteban, quien hace unos meses me enseñó un cartel del documental de Polanski sobre Jackie Stewart que desconocía por completo. Setentero a tope, más propio como introducción visual al universo de los Beatles que como carátula de un documental escrupulosamente serio, el trabajo gráfico obró en mí el milagro de hacerme entender de una puñetera vez que somos lo que comemos, lo que consumimos, vamos, y que por mucho que me empeñe en negarlo, yo soy hijo bastardo de aquella época que se retrata en la imagen de apertura.
Coches y hombres maduros, en este caso el recientemente desaparecido James Gardner al volante. Currantes en todo caso que se ganaban la vida precisamente jugándosela en condiciones que ni somos capaces de comprender, luchando con el circuito, los rivales, el propio vehículo y muchas veces, quizás demasiadas, con unos patrones a los que todo les importaba un pimiento salvo alcanzar la victoria con sus máquinas.
No había casi limitaciones ni por supuesto «vacaciones» para ahorrar gastos, y a cambio, siempre había un director de cine dispuesto a retratarla o una rubia que se acercaba al héroe, como recién salida de la peluquería. Y es curioso, porque con eso parecía que era suficiente.
Os leo.
Dicho lo cual y como mencionaba hace unas líneas, la culpa de todo esto la tiene mi amigo Carlos Esteban, quien hace unos meses me enseñó un cartel del documental de Polanski sobre Jackie Stewart que desconocía por completo. Setentero a tope, más propio como introducción visual al universo de los Beatles que como carátula de un documental escrupulosamente serio, el trabajo gráfico obró en mí el milagro de hacerme entender de una puñetera vez que somos lo que comemos, lo que consumimos, vamos, y que por mucho que me empeñe en negarlo, yo soy hijo bastardo de aquella época que se retrata en la imagen de apertura.
Coches y hombres maduros, en este caso el recientemente desaparecido James Gardner al volante. Currantes en todo caso que se ganaban la vida precisamente jugándosela en condiciones que ni somos capaces de comprender, luchando con el circuito, los rivales, el propio vehículo y muchas veces, quizás demasiadas, con unos patrones a los que todo les importaba un pimiento salvo alcanzar la victoria con sus máquinas.
No había casi limitaciones ni por supuesto «vacaciones» para ahorrar gastos, y a cambio, siempre había un director de cine dispuesto a retratarla o una rubia que se acercaba al héroe, como recién salida de la peluquería. Y es curioso, porque con eso parecía que era suficiente.
Os leo.
¡Ay José, la nostalgia por tiempos pretéritos sigue pudiendo con nosotros!
ResponderEliminarKing Crimson
Rush... La vía hace un par de meses. ¿Me gustó?, pues no sé. Me supo a poco como amante de la F1. Se nota que la dirigió un norteamericano para un público poco ducho en la materia. Sí me sirvió para confirmar lo que sabía de oídas: la relación entre esos dos genios del pilotaje y sus personalidades antagónicas, pero... Desaprovechada en cuanto a la épica para domesticar aquellos monstruos y tal. Tengo la sensación de que en la sala de montaje se quedó lo mejor.
ResponderEliminarQuizás la vea hoy de nuevo.