Hemos pasado juntos el ecuador de las 24 Horas de Le Mans y siendo esta la entrada número 13 de la serie que me he propuesto a 25, me apetecía romper la baraja de lo políticamente correcto para hablar lisa y llanamente y en mitad de la madrugada, de uno de los ingredientes más perversos de la mítica prueba francesa: la posibilidad de que en su seno sucedan accidentes mortales.
Puede parecer duro decirlo así, sin pasar por el fuego y sin ningún tipo de ambages, pero Le Mans sigue siendo una metáfora del riesgo inminente incluso con la cantidad de medidas de seguridad que se han adoptado en los últimos años, y este aspecto forma parte del propio espectáculo y de la carrera misma y como tal, conviene asumirlo porque si la costumbre nos ha llevado a ningunear a veces el peligro, la cruda y testaruda realidad nos devuelve una y otra vez a un territorio que quizás jamás deberíamos haber abandonado.
Queda lejos aquella edición de 1955 en la que el Mercedes 300 de Pierre Levegh se llevó por delante la propia vida del piloto francés así como la de casi un centenar de espectadores, pero el triste fallecimiento de Allan Simonsen al inicio de la edición del pasado año, nos recordaba de nuevo que la muerte es un ingrediente más de la prueba más emblemática del mundo del motor.
Y es que los pilotos van acumulando cansancio conforme avanza la carrera. Lo superan, sí, pero sigue estando ahí, mermando sus facultades a cada segundo que pasa. Y lo mismo ocurre con sus vehículos, que mientras abundan en el paso por la recta de tribunas van restando puntos a su resistencia. Y queramos o no, nunca es lo mismo desarrollar un LMP1 o LMP2 a partir de las medidas de seguridad que impone el reglamento, que adaptar a ellas un GT.
En realidad en eso consisten las 24 Horas de Le Mans, en ver quién aguanta y cómo lo hace, no nos engañemos. Pero quien no lo consigue o quien dispone de un coche que flaquea en alguna de sus partes, asume siempre un riesgo que no tiene nada que ver con lo que creemos sabido o conocido, mayor aún, en el caso de los coches adaptados.
En este orden de cosas, un despiste, un reventón o cualquier otra contingencia, somete al conductor y a su montura a una prueba de estrés que no siempre tiene por qué acabar bien. Y todos lo sabemos y en el seno de la carrera todo el mundo los asume...
El otro día vimos a Duval salir ileso de un siniestro total, pero tan feliz resultado no es la norma y haríamos mal en quitarle importancia. La muerte acecha en Le Mans y esto que digo es absolutamente obvio. Que no siegue con su guadaña la vida de nadie no implica que no ande aguardando en cada esquina o cada recodo. Le Mans es una trampa monumental en todo su recorrido y los pilotos que discurren sobre el circuito de La Sarthe una vez tras otra, lo conocen a la perfección. Dicen que solo pierde en Le Mans quien no participa pero yo llegaría más lejos afirmando todos ganan con tal de vivir el lunes siguiente a la carrera para poder contarlo.
Nosotros sabemos que ellos lo saben pero hacemos como que no, hasta que es tarde y comprendemos que quizás haya aventuras que no merezcan tanto la pena aunque resulten electrizantes precisamente por eso, porque los que corren y nosotros, preferimos mirar para otro lado durante 24 horas hasta que sucede lo irremediable y nos despierta como un jarro de agua fría.
Os leo.
El otro día vimos a Duval salir ileso de un siniestro total, pero tan feliz resultado no es la norma y haríamos mal en quitarle importancia. La muerte acecha en Le Mans y esto que digo es absolutamente obvio. Que no siegue con su guadaña la vida de nadie no implica que no ande aguardando en cada esquina o cada recodo. Le Mans es una trampa monumental en todo su recorrido y los pilotos que discurren sobre el circuito de La Sarthe una vez tras otra, lo conocen a la perfección. Dicen que solo pierde en Le Mans quien no participa pero yo llegaría más lejos afirmando todos ganan con tal de vivir el lunes siguiente a la carrera para poder contarlo.
Nosotros sabemos que ellos lo saben pero hacemos como que no, hasta que es tarde y comprendemos que quizás haya aventuras que no merezcan tanto la pena aunque resulten electrizantes precisamente por eso, porque los que corren y nosotros, preferimos mirar para otro lado durante 24 horas hasta que sucede lo irremediable y nos despierta como un jarro de agua fría.
Os leo.
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