Desde Gorliz con amor

Hace mucho, mucho, incluso La Tacones me llamaba maestro. ¡Qué tiempos!

Como conductor de letras reconozco que soy un poco cabroncete, más de aguantar que de ir rápido, que tambíen si me pongo; más de salir a pista a tocar los huevos de mis rivales que a llevar la última noticia sobre los hombros o como estandarte, pero Silverstone llama a la puerta y prometí que la tregua que mantengo con Seb desde comienzos de temporada se terminaba en tierras británicas, y llegamos, y llegamos, reitero, y juro por lo más sagrado que no sé por dónde meter mano al alemán.

Lo siento por los que le compararon con Jim Clark o por aquellos otros que prefiririeron no vapulearlo en su tetragloria porque habían cometido pecado con Michael Schumacher y no querían repetir ofensa, pero el Kaiser, ni en sus peores horas bajas rozó siquiera el nivelazo que está mostrando Vettel, que ora remonta con chasis nuevo que te quiquis, que ora claudica porque el coche que maneja como un diablo Daniel Ricciardo no le acompaña a él, precisamente a él, concretamente al tipo que no necesitaba vehículo para demostrar que volaba por encima de lo humano y lo divino, degollando récords, sentenciando quién era bueno y quién era malo, marcando en definitiva una época que a lo peor olvidamos porque no ha aportado absolutamente nada a la Fórmula 1 salvo un pesado tedio que no hay quien se quite de encima.

Adoro a Sebastian aunque no lo parezca. Hoy por hoy es uno de los cinco mejores pilotos de la parrilla, pero su enajenación actual es la misma que en temporadas anteriores tocó con su varita mágica a otros.

Nada que hacer si no hay monoplaza que lo permita, pero no a la manera de Clark, ya quisiéramos, sino a la forma bastarda de este deporte que necesita trompetillas o chispas artificiales para resultar asombroso, porque sobre la pista y salvo en casos muy puntuales, ha dilapidado su alma entre shares y gabelas al auditorio que han terminado por quemar el decorado de la fábula. 

Comparar ahora mismo a Seb con Senna o Prost, el último tetratampeón al que reconozco y ante quien me reclinaría, resulta absolutamente grotesco. Hacerlo con Schumacher, quedaría totalmente fuera de tiempo y de razón.

Michael siguió siendo él mismo incluso en la derrota más rastreta. Hijoputa y cainita llevando al muro a Barrichello en Hungría o a Massa en Canadá, inventado tuercas insolventes en Bahrein o visitando a sus compañeros de lides en sus respectivos garajes, para decirles aquello de soy yo, mírame a la cara porque te estoy hablando...

¿Dónde quedan Sebastian y sus cuatro títulos consecutivos? Donde España en el Mundial de fútbol, caída en combate a las primeras de cambio por falta de aliento, ganas y hambre, pero con el agravante de que tras el de Heppenheim no queda nada sino un erial en el que sucumbían los récords, las poles y los títulos como quien oye llover. Donde estaba un Adrian al que le gustaba el reglamento pero que ahora que ha cambiado, ha perdido su magia y su vitola de British Exclusive Series.

Y con el Merlín de Milton Keynes han caído Seb y aquellas idioteces que se escribían sobre Mark, y si nos queda Daniel es porque el australiano está hecho de esa pasta especial que a pesar de lo que dicen los expertos, es capaz de extraer de un coche cualquiera lo que ni en pintura tiene.

Para colmo de males, Marko, el dragón centroeuropeo, nos ha explicado al común de los mortales que Vettel es perfeccionista y por eso no le salen las cosas, cuando lo que debería haber hecho es callarse la puñetera boca y decirle a Seb: «Sal ahí y no vuelvas a boxes hasta no haber demostrado en pista por qué llevas cuatro coronas mundiales ciñéndote la cabeza.»

Desde Gorliz con amor. Os leo.