Con 215 grandes premios a la espalda, Mark dice adiós a la Fórmula 1. Puede que sea un agur
definitivo o algo que se cure con el tiempo, como le pasó a Michael
Schumacher, en todo caso, su despedida en Interlagos sonaba a
cumplimento de condena, a tipo que orina en el muro de la cárcel ante la
sonrisa cómplice de los guardias porque sabe que abandona
definitivamente el talego…
El aussie estaba feliz en Brasil, se le veía feliz y queriendo
compartir su felicidad. A diferencia de cómo celebra Vettel la solución
de sus ecuaciones haciendo dónuts, Webber se quitó el casco y los
guantes, quiso sentir qué se siente sin la máscara de piloto, palpar
como ser humano la realidad que ha vivido de forma vicaria desde que en
2002 desembarcó en El Circo. En definitiva, saberse un poco más él mismo que lo que ha podido entenderse trabajando para otros.
De entre los muchos conductores por los
que siento un favor en algo o en mucho especial, no puedo ocultar que
siempre ha habido un pequeño lugar en mi corazoncito contradictorio de
aficionado, para este australiano grandote criado como perro medianero,
metralla en el combate cuerpo a cuerpo, duro en el ser adelantado y el
morder pero leal hasta el ocaso.
Genuino fajador, Mark ha hecho de la esquina del cuadrilátero su
hábitat natural porque en su equipo jamás pensaron en dotarle de un
coche con que defenderse. Bastaba darle a Seb el que le situaba en la pole
y a él le tocaba luchar en desventaja porque como hombre a una vuelta
siempre ha manifestado carencias, al igual que le ocurría en las
salidas. Incomprendido en el más amplio de los sentidos, el aussie
ha hecho de tripas corazón en su última escudería y ha sacado astillas a
un vehículo que se deshace como un azucarillo en agua tibia en cuanto
no bebe aires buenos incluso cuando lo maneja Vettel. Señalado por ser
un madero, Webber ha hecho estos últimos cuatro años de sospechoso cero (suspect zero), de media sobre la que establecer el gradiente adecuado, de señal y norma ante un experimento.
Aunque al igual que le ocurriera a Rubens con el Brawn GP001, nadie
imaginaba que un dos natural pudiera hacer de líder tirando de
experiencia y ganas. A él jamás le dijeron que era normal ir perdiendo 1
segundo por vuelta, es cierto, pero comenzaron a ocurrirle cosas,
quizás demasiadas y demasiado incomprensibles, hasta el punto de que
comenzaron a aflorar las preguntas sin respuesta: ¿cómo es posible que
la escudería campeona del mundo cuente con sus servicios. Cómo es
factible entender que toda un Red Bull meta tantas veces la gamba con su
segundo piloto. Cómo quiere Milton Keynes que traguemos con un cuadro
tan artificialmente desenfocado…?
Al australiano no ha hecho falta que nadie le dijera por radio aquello de Seb is faster than you,
lo llevaba en la sangre, totalmente interiorizado, como se demostró en
Malasia cuando entendió definitivamente que su tiempo había acabado en
un equipo que no le contemplaba como variable y que jamás movería un
dedo por dejarle interpretar una vez siquiera, el papel que glorificó a
Nigel Mansell.
El australiano se marcha a Porsche y su proyecto para recuperar el
cetro de Le Mans, hoy en manos de Audi. Dije y porfío todavía, en que lo
hará bajo la vitola de Red Bull. Se lleva bien con Dietrich Mateschitz y
el patrón sabe que le debe una por los servicios prestados. El
austriaco no es hombre que abandone a los suyos (¡Luca, a ver si
aprendes!), y Mark, en Interlagos, era feliz, por desterrar de una vez
por todas su vieja vida y por tener un futuro donde agarrarse.
El aussie se sabe el suspect zero del éxito de la de
Milton Keynes, pero también que Daniel Ricciardo le hará bueno,
inmejorable, quién sabe incluso, si el reemplazo obrará el sortilegio de
que le extrañemos, Dios lo quiera, si acaso ante una nueva coyuntura en
la que esté vigente la Multi 21, el nuevo canguro decide saltarse las
órdenes, dejar de pensar en el equipo como hacía Mark y partirle la cara
al tetracampeón donde más le duele, en el cuerpo a cuerpo, el
territorio que hoy por hoy deja huérfano un tipo al que extrañaré como
extraño a Rubens o a todos esos segundones en apariencia inútiles, que
forman parte de la Fórmula 1 y la hacen comprensible tanto o más que
aquellos otros que escriben sus nombres en la historia de nuestro
deporte con purpurina u oro.
La importancia de los segundos espadas. ¡¡Ay, esos segundos espadas tan importantes y tan sumamente incomprendidos!!
ResponderEliminarKing Crimson