Resulta extraño irte a la cama confiando en unas noticias que
susurraban que Michael podía salir de ésta y despertarte horas después
para meterte entre pecho y espalda un frío comunicado médico, que tizna
su horizonte de grises turbios en vez de luces.
El lunes pasado, hace exactamente siete días, le dedicaba unas líneas en este mismo blog de dos cabezas [El hombre al que no le gustaba la F1] que terminaban así: «Michael habría disfrutado en 2014, y con él, nosotros también» y por esas cosas que tiene la vida, por un accidente de esquí, su propia existencia es duda para el partido.
Quiero creer que sí, pagan lo mismo que
pensar en negativo y quiero hacerlo en positivo. Sí, quiero que siga
estando ahí para escribirle muchas entradas como las que le he dedicado,
para zarandearle, para reprocharle sus maneras, para admitir como
siempre, a regañadientes, que él es una pieza imprescindible para
entender todo esto. Para recordarle que tuvo la mala fortuna de ganar un
campeonato que se quedaba Ayrton en el bolsillo aquel 1 de mayo en que
el brasileño nos dejó huérfanos en Tamburelo; que de los siete títulos
que ciñen su cabeza yo le habría descontado dos; que así y todo, le
considero uno de los más grandes de todos los tiempos, en presente, como
corresponde. Hoy, mañana y Dios quiera que por mucho tiempo.
A unos pocos días de que Michael cumpla 45 años (este próximo
viernes, 3 de enero), el hospital nos dice que se mantiene en estado
crítico, pero ya sabemos cómo son los galenos. De tanto convivir con la
muerte la temen más que los mortales y la esquivan evitando mirarla a la
cara mientras insinúan su nombre en cualquier documento. Pero qué saben
ellos de la fortaleza mental de un tipo que vive la vida cortando
curvas con machete, teniéndoselas tiesas con gente parecida o mejor, o
incluso peor, volando sobre el asfalto a 300 km. por hora, frenando,
reduciendo marchas y acelerando sin quitar la vista del frente, de un
punto que dibuja en la lejanía un cambio de rasante, un giro a derechas o
uno a izquierdas muy cerrado, que hay que tomar con la certeza de que
la carrera continúa, que la victoria es asequible y que sólo si crees y
estás convencido de tus posibilidades, lograrás cruzar la meta batiendo a
tus rivales.
Qué saben los médicos de cómo responden las murallas ante los retos…
Qué saben de lo que ha disputado el de Kerpen en la soledad más oscura,
de las profundas heridas que surcan su dura espalda, de lo correoso que
puede resultar el alemán cuando vienen mal dadas, de lo cara que ha
vendido siempre su piel, de esa monumental energía que lleva dentro.
Quiero creer que ahora mismo está concentrado, en el habitáculo de su
coche, en la parrilla de salida. Inerte, como si la vida no lo
reconociera, pero dispuesto a desatarse como un resorte, a restallar
como un látigo en cuanto el semáforo se ponga definitivamente en verde.
Hay prisa, todos tenemos prisa por saber si ganará esta prueba y
quiero creer también, que no es 30 de diciembre de 2013 sino un domingo
cualquiera de 2004, cuando Schumacher, el Gran Caimán, el Kaiser,
Michael, lo ganaba todo y jamás era duda ante ningún partido.
Se ha dado la casualidad de que Peter hacía sonar Don´t give up en la compu mientras leía tu artículo... se me ha erizado la piel, pero me uno a tu deseo, y ojalá sigamos teniendo Michael para rato.
ResponderEliminarUn abrazo.