No conozco nada más rojo que la ropa de Papá Noel que la película que recubre los Ferrari. Un rosso corsa intenso, conseguido capa a capa en meticulosas manos de caricias que contrastan por su abundancia con aquella historia que narra que los Mercedes-Benz de entreguerras, se llamaron silberpfeile (flechas de plata) precisamente porque alguien decidió ahorrarse el peso de la pintura para ganar algunos segundos por vuelta.
La cena de ayer, bien, gracias. Pero hoy es día de Natividad, festividad en el mundo cristiano, y aunque por aquí andamos con una ciclogénesis explosiva encima que nos ha dado descanso (qué bien sonaba cuando se llamaban sencillamente tormentas), me he levantado tarde pero lleno de energía.
Dicho lo cual y volviendo al hilo que he dejado abierto en el primer párrafo, Ferrari es sobre todo abundancia, incluso de meteduras de pata, por qué no. Su historia no tiene parangón precisamente por esa tendencia al exceso que lleva en su ADN. Grande en casi todas las competiciones automovilísticas de todos los tiempos, desde que surgió como un pequeño taller de apaño y mejora de Alfa Romeo es difícil hablar de motorsport sin mencionar a la italiana.
Ha tenido grandes rivales, Porsche y Ford en resistencia, Lotus, Williams y McLaren en F1, pero ella es la que ha quedado para contarlo y para que otros se midan con su estela. Esa y no otra es bajo mi humilde opinión, su enorme fortaleza. Saber ganar y también saber transitar con la cabeza alta esos periodos crueles en los que no se hace otra cosa que morder el polvo, para transcurrido el tiempo, volver a vencer sobre los circuitos mirando al horizonte con la sensación de que te acompaña un pedazo de historia del automovilismo deportivo que has ayudado a labrar con tus propias manos, que se ha levantado esperando a que se continuara, a que se entienda que cada eslabón forma parte de un todo que a través de los pies de sus integrantes y las gomas de sus coches, se hunde profundamente en el suelo ramificándose hasta llegar a lugares que no alcanzará nadie, jamás.
Las raíces, lo que muchos llaman tradición, es uno de los secretos de La Scuderia, su mejor activo, si se me permite decirlo. Duras, nervudas y firmes, algo a lo que recurrir cuando flaquean las fuerzas o cuando se hace necesario soñar más allá de lo aconsejable. Ferrari es fundamentalmente raíces más que tronco añoso o abundacia de ramas. Por eso, leyendo a Montezemolo mencionar Le Mans aunque no sea un objetivo inmediato, la memoria, sin querer, me ha jugado una mala pasada mientras el tifoso que llevo dentro respiraba hondo.
Ahora que a nuestro bicampeón del mundo se le coloca en McLaren Honda en 2015, cruzo los dedos para que 2014 sea un año generoso para la de Il Cavallino Rampante y el asturiano logre su tercer entorchado vistiendo de rosso, que don Luca, en vez de a destiempo, diga cuando corresponde lo que contó de nuestro compatriota el otro día: «Alonso es quizá el mejor piloto que he conocido en mi vida. Es
rápido, inteligente, evita los problemas en carrera de una forma
increíble. Es uno de ésos que piensa de día y de noche.»
Dicen los obispos de esta cosa que a Ferrari le falta coche y yo no me apeo de que este año lo tenía pero le rompieron las piernas en verano. Sea como fuere, Maranello puede dárselo al Nano y estaría bien que lo hiciera precisamente ahora, como se lo dio a Gilles en aquel año aciago en que nada salió como debía. Si sucede, Fernando se queda y no sé si será lo mejor o lo peor, no me preguntéis en todo caso porque no sabría qué contestar. A pesar de que me habéis leído lamentarme más de una vez de que en 2007 tomara la decisión de abandonar Woking y que McLaren se ajustaba mejor a sus posibilidades que Ferrari, las raíces tiran y preferiría verlo vencer con el potro de Baracca distinguiéndose en su indumentaria. Cosas de la bipolaridad de carácter, supongo.
Hoy también, sed felices.
Pienso y seguiré pensando siempre que sería un error de los grandes volver a McLaren tras lo ocurrido en 2007. Se dice que nunca segundas partes fueron buenas y en este caso lo pienso con mayor criterio aún.
ResponderEliminarSería mejor acabar en Ferrari, sin títulos para Fernando, que ir a McLaren con la duda de qué pueda depararle.
Por otra parte, el cariño que encuentra en Ferrari no lo encontrará en McLaren por mucho don Luca que habite en Maranello. El carácter latino choca demasiado con el sajón como para permitir una convivencia sana.
King Crimson