La silueta que destaca sobre el fondo iluminado corresponde a Franz Tost, el hombre que dirige la escudería Toro Rosso, nominalmente, una de las once participantes en el campeonato del mundo, y matizo el asunto porque la de Faenza goza de un estatus diferente al resto de integrantes de la parrilla que la convierte en una pieza cuando menos, peculiar.
Disfrutando de una golosa herencia labrada hace ya muchos años por Giancarlo Minardi, quien consiguió convertir su pequeña escuadra en un referente para las nuevas promesas y un auténtico semillero de pilotos para el Mundial, faceta que con más sombras que luces fue prolongada durante la etapa en que Minardi fue propiedad del australiano Paul Stoddart, Toro Rosso se posiciona actualmente como un elemento clave sólo para Milton Keynes.
El asunto parece baladí pero tiene su trascendencia, porque a la postre, el segundo equipo propiedad de Dietrich Mateschitz (el primero es Red Bull), no compite en sentido estricto, sino que evoluciona en el campeonato mientras busca nuevos valores (sic) para su casa matriz, amén de que la ayuda en momentos puntuales sobre la pista sin que nadie se lleve las manos a la cabeza, pues existe a su alrededor una especie de convenio tácito que no pone problemas a que una empresa juegue con tamaña ventaja sobre el asfalto.
Pasando por alto el nivel de descompensación que ejerce también su presencia en el área de toma de decisiones deportivas o técnicas (Red Bull y Toro Rosso, juntas, tienen un bonito peso del 22% sin necesidad de alianzas), y que queda por ahí abierta la posibilidad tantas veces intuida pero rara vez contrastada (Gran Premio de España 2009), de que los vehículos de Faenza ejercen de laboratorio para los de Milton Keynes, la anomalía que supone Toro Rosso en nuestro deporte es algo más que palpable.
En sentido estricto no es un equipo cliente con autonomía suficiente como para desempeñar su trabajo, pues depende fundamentalmente de las expectativas depositadas en él por el Programa de Jóvenes Pilotos de Red Bull, férreamente dirigido por Helmut Marko. Tampoco tiene necesidad de buscar pilotos porque le llegan de forma natural a través del programa ya citado. Ni patrocinadores salvo para rellenar huecos en la carrocería, ya que el grueso de su presupuesto descansa sobre lo que podríamos denominar asignación de papá Red Bull. Y para colmo de males, los pilotos que en la actualidad pasan por sus asientos, tienen demasiadas papeletas para ser sacrificados sin contemplaciones en aras de que nadie pueda utilizarlos posteriormente...
En definitiva, Toro Rosso parece Minardi, pero sólo lo parece.
Y aquí quería llegar yo, porque el austriaco, el tipo cuya silueta vemos en la imagen de entrada, admitía hace unos dias y sin rubor lo que todos sabemos de sobra, que no busca un nuevo Vettel, sino otro nuevo campeón del mundo, ante lo que resulta pertinente preguntar para quién lo busca y cómo lo hace, y sobre todo, si en este pensamiento tan elevado cabe la posibilidad de que el elegido pueda luchar por las necesarias victorias como lo hacen sus rivales en el resto de escuderías, o le pasará como a Jaime Alguersuari.
Os leo.
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