Disculpadme, o no, el título de esta entrada. A fin y a cuentas, «cojones» está recogido como término por nuestra Real Academia Española de la lengua, ora afuera ora adentro, y en lo relativo a su utilización como interjección (creo que he dado buen uso de ella) nos dice: «1. interj. U. para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado.»
Y sí, estoy hasta aquel sitio de que una chorrada como la copa de un pino sea elevada a rango de noticia del día porque a Bernie y su FOM —la realización de los Grandes Premios depende de este grosero artificio del diablo—, se les ha puesto en los huevos (palabra también recogida por la R.A.E., tranquilos), resaltar por enésima vez los sospechosos desencuentros entre Fernando y su equipo, hoy en Monza, lo que a renglón seguido ha hecho presa en el estimable para que se entretenga un rato y ha producido el consecuente reguero de idioteces vertidas incluso por la prensa italiana.
No me preocupa lo más mínimo si el Nano ha llamado idiota o cabestro a su equipo por haber dejado hueco libre a Nico (Rosberg), lo juro por la mano con que dibujo, sino lo gracioso que nos resulta Kimi cuando se cisca en los muertos de su ingeniero de pista o lo poco que escuchamos, por radio, se entiende, a Mark Webber cuando se le rompe la trócola, se le esnafra el quijuncio o se le pone del revés cualquier parte esencial de su vehículo. Yendo más lejos, también echo de menos esas conversaciones entre el wall de Toro Rosso y Daniel y Jean-Éric en Abu Dhabi o Interlagos 2012, tan esenciales para nosotros y para los que decidieron ocultarlas.
El día que Julian Assange decida meter mano a lo nuestro podemos ir preparándonos. Las monjas de esta historia dejarían de competir sobre la nieve para gozo de todos y pasarían a formar parte del elenco de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (The adventures of Priscilla, queen of the desert), de manera que el gentelmanismo imbécil que nos rodea cobraría incluso sentido.
Bernie paga y Bernie manda, y nosotros, como en el cuento, reímos y saltamos al son de la pandereta como si fuésemos la cabra del gitano, total, porque alguien, lejos y como si manejara un drone a distancia, decide lo que oímos en un momento determinado para medir después la intensidad de nuestras risas o nuestro llanto.
Como diría Gonzalo Serrano, esto espectáculo puro y si pestañeamos nos arriesgamos a perdérnoslo... Sí, por mis cojones.
Os leo.
De algo hay que hablar una vez que el mundial ya se decidió en mayo. Ecclestone sabe muy bien cuales son las debilidades de los italianos.
ResponderEliminarSusana,
!Cuanta razón tienes! en épocas pasadas esta selección de lo que debemos escuchar se llamaba censura y se luchaba contra ella, saludos
ResponderEliminarJose, mañana te llamo antes de la carrera y nos desfogamos
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