La noticia ha dado la vuelta a medio mundo pero yo me he enterado hace nada, lo juro. Total, que Sebastian Vettel y su colega Helmut Marko se han plantado en el botxo (Bilbao) y en Donosti (San Sebastián), para hacer turismo, realizar unas compras, pasar el rato buenamente y probar la rica gastronomía vasca.
Nada que objetar sobre el asunto. Me parece bien que Seb recobre el aliento y se distraiga, que tome el pulso de la vida con los pies en el suelo y no sobre los pedales de su coche o los del simulador. Incluso me mola ver a Herr Doktor a su lado con cara sonriente. En cierto modo, la imagen resulta tan entrañable que dan ganas de enmarcarla, descontextulizándola, claro: un chicarrón de veintitantos años pasea su tiempo libre por donde y con quien le da la gana, y no de incógnito como acabo de leer, porque sinceramente, con el mono de trabajo y los lemas y decoraciones publicitarias encima, la noticia sería otra, evidentemente.
Pero a lo que iba, ver al tricampeón más joven de la historia así, tan liviano de exigencias, me ha recordado aquellos tiempos en los que los pilotos aprovechaban los inevitables intermedios del calendario de Fórmula 1 para irse de carreras, a Le Mans, a Watkins Glen, a Donnington o Silverstone, Sebring, Spa o a cualquier otro sitio donde se celebrase una prueba de autos, de los de cuatro ruedas de toda la vida.
Se mantenían activos, acumulaban kilómetros y experiencia, aquilataban amistades y odios, conocían a otra gente y eran conocidos por noveles que soñaban entonces con poder batirlos sobre los circuitos, sin duda mucho tiempo antes de que intentaran hacerlo realmente. Eran dioses como ahora, quizás incluso más que ahora, que lo mismo bajaban de su altar para estrechar una mano que para ayudar a cambiar a un rival la rueda de su coche, sin importarles mancharse de grasa o herirse los dedos apretando una tuerca.
A día de hoy parece impensable que toda esa liturgia haya desaparecido, pero ha ocurrido. Los actuales pilotos viven en islas de cristal que han levantado a su alrededor las necesidades del medio. Contratos blindados en todos los sentidos y seguros a prueba de bomba que tasan al alza cada centímetro cuadrado de su piel, los han convertido en especímenes segregados que habitan un mundo totalmente aparte, en el que la exclusividad les impide ejercer de seres humanos.
De ahí, sospecho, la sorpresa que ha producido ver a Seb saliendo de un jatetxe (restaurante) sin parecer un hombre anuncio, irreconocible sin su dedo en alto, caminando como un chaval de 25 años envuelto por el aire frío que visita el País Vasco desde hace unos días, y la sonrisa que se le dibuja en el rostro a Marko, porque él, el campeón de Le Mans de 1971 cuando en Fórmula 1 corría para Bonnier y BRM, sí que iba de incógnito.
Os leo.
Josetxu, por Dios te lo pido: Entérate qué bebieron por tu tierra, que les desarmamos publicitariamente:)
ResponderEliminarY encima ha estado comprando en el Mercado de La Ribera ...
ResponderEliminarhttp://www.elcorreo.com/vizcaya/20130430/deportes/motor/dimos-probar-llevo-mejor-201304301441.html
¡Anda que no le voy a vacilar a Garbiñe el próximo día!
Saludos