Creo que alguna vez yo os he hablado de él, del padre de un amigo que ejerció de hombre bueno a lo largo y ancho del mundo, y que tuvo a bien compartir conmigo su honda sabiduría en infinidad de ocasiones. Antonio falleció el año pasado, lo que corrobora lo que insinuaba antes, ya que una de sus mejores frases aludía a que uno comienza a saberse viejo cuando recuerda los años, precisamente por los amigos y la gente que se ha llevado cada uno.
Tenía otras, como aquella que te advertía de que comenzaras a hacerte análisis cuando notases que los taxistas empezaban a ser más jóvenes que tú, o aquella más que te recomendaba palparte la ropa cuando las cosas que para ti tenían algún sentido, necesitaban de traducción o explicación para que las comprendieran tus interlocutores...
Sin duda me estoy haciendo mayor: recuerdo los años por los huecos que han dejado mis caídos, Antonio entre ellos; aunque no soy habitual de los médicos, a los taxistas que me llevan les uelo sacar algunos tacos; y cada vez son más las cosas que ahora sólo entiendo yo.
Una de ellas es tecnología de F1, un concepto sencillo que antaño significaba que ciertos coches deportivos compartían muchos de sus elementos con la fauna que corría por los circuitos (suspensiones, diseño estructural, componentes, tipo de frenos, asientos envolventes, cinturones de seguridad multipunto, etcétera), y que prácticamente entendía todo el mundo, para que a día de hoy haya perdido buena parte de su fuerza, debido inexcusablemente a la complejidad que ha ido adquiriendo nuestro deporte con el paso del tiempo.
Así las cosas, hablar en la actualidad de tecnología de F1 supone meterse en un jardín de dimensiones colosales, salvo que estés hablando con alguien que como tú, se mantiene agarrado como puede al vertiginoso tren de la actualidad del mundo del motor, de manera que la definición ha perdido tanto fuelle que se usa muy poco como reclamo publicitario (antes era notorio su uso para vender coches), ya que quien más y quien menos da por supuesto que algunos vehículos, por sus prestaciones, en el fondo son monoplazas disfrazados.
Llegados a este punto, cabe reflexionar sobre ese espíritu que dicen que prevalece todavía en la F1, y que afirma que la competición supone una magnífica plataforma para experimentar con novedades aplicables a los coches de calle. Obviamente, también cabría preguntar: ¿qué calle?
Aunque se sobreentiende que para los constructores, la calle para la que trabajan siempre empieza detrás de haber escrito un montón de ceros en el talonario, lo cierto es que no hace mucho, parte de la tecnología utilizada en competición llegaba tarde o temprano incluso a los utilitarios, pero con la paulatina pérdida de importancia de la mecánica en favor de la aerodinámica y los neumáticos en la F1, el argumento este de la proyección de la competición sobre los vehículos de calle, cada vez resulta más endeble.
No sé, a lo peor no estoy tan viejo y los que sí lo están son los que siguen utilizando como excusa conceptos que han perdido su vigencia y también su identidad, que podría ser.
Os leo.
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