A sus pies, Mr. Bean

Perdonen Vuesas Mercedes que las importune por segunda vez. Era mi intención ensalzar mañana temprano las grandes hazañas logradas en los campos de batalla de Silverstone por un caballero australiano rebelado ante su escuadra, mas se han trastocado mis honestos planes de dar tregua, si acaso por dos miserables días, a los hijos de la Pérfida Albión que han declarado la guerra a la nuestra inteligencia por imponer sus bastardos ardides así nos lleven al infierno a todos.

Venía esta tarde a la tienda de campaña donde reposo mis duras jornadas con el alma apaciguada y el espíritu calmo, lo juro por mi librea, tras mantener singular combate con un papel de dimensiones colosales al que llevo semanas adornando con la fiel plumilla que me acompaña desde antes de que tomara las armas, cuando mozuelo imberbe y con abundante melena me reconfortaba soñando en abrirme paso hasta los altares de la gloria.

Venía, decía, tranquilo, cuando ecos aventados desde lejanas tierras me turbaban el sentido y el alma.

Sin permitirme reposar la espalda ni quitar las calzas, ni las grebas, ni levantar la visera siquiera, sin tiempo para dar merecido descanso a las mías abundantes y bien ganadas magulladuras, he recordado el juramento que hice de perseverar en la búsqueda impenitente de la belleza, y he vuelto mis pies sobre lo andado para alzarme sobre la grupa de mi caballo y lanzarme así con él, a galope tendido, en pos de alcanzar a rozar con la punta de mi lanza la garganta de la alimaña que esta misma mañana sembraba de ponzoñosos huevos las parameras, montes y bosques de nuestra tierra, para solicitarla pública retractación.

¿A quién queréis engañar, bellaco? Vos, que robásteis el encaramiento de vuestras graves responsabilidades habidas en la ciudad de Valencia, ¿salís hoy con nuevas que caen al suelo como piedras por un incidente menor que se ha sellado con un más que moderado y dócil silencio?

Sabed que os pierde la vileza que encierra el acto de salpicar con porquería al Cavallino Rampante en una respuesta a una pregunta que nadie os ha hecho. Y sabed también que si la iniquidad expuesta por vuestros juicios de manera descarnada bajo la mirada austera del gran Arturo a quien Merlín protege, era, digo, muestra sobrada e inequívoca de lo artero y bajo de vuestro espíritu, a la luz de vuestras palabras de hoy cobra una magnitud que llamaría incluso a la furia a los poco sosegados.

Templaros sin embargo pues no busco hacer sangre con Vos sino poneros en pelota, juez de la horca, así que responded rápido: ¿cuándo, cuándo pretendíais que el caballero asturiano devolviera el puesto hurtado al caballero polaco si éste cedía la rodilla una vuelta antes de que concluyera el plazo para hacerlo? ¿Cuándo comprendísteis que así, desbocado, el español alcanzaría pronto la cabeza?

¿Cuándo macerásteis vuestra venganza. Ocurrió por ventura de los acontecimientos, porque se os apareció la bella Lillei en enaguas, o la llevábais, como presumo, largamente preparada?