Río Bravo

Si me dieran a elegir entre una botella sobre el asfalto a la salida de una curva y un demente disfrazado de escocés que tienta monoplazas a la salida de otra, me quedo de calle con el envase de cristal, siquiera porque una vez localizado sobre la pista (más si el que se chiva de su posición es Lewis Hamilton), por ser cosa inanimada resulta más sencilla de sortear que un tipo que tiene nombre y apellidos (Neil Horan), y para colmo vaya usted a saber qué aviesas intenciones.

Sin entrar a justificar actitudes injustificables que no benefician a nadie por ser propias de cafres descerebrados, advierto que mi elección ha sido impuesta por los acontecimientos, pues la realización del G.P. de Europa puso extremo ahínco en enfocar la demonio litrona vacía, convirtiéndola en protagonista mientras todo el mundo se preguntaba qué había pasado para que El Nano entrara tan tarde en boxes a cambiar de zapatos, lo que me lleva a pensar que en el asunto había gato encerrado, pues centrada convenientemente la atención de los espectadores en el desafortunado acontecimiento —¡bellacos!, ¿a quién se le ocurre ser tan impresentable como para mancillar el asfalto valenciano con un trozo de vidrio de supermercado?—, la otra mano del mago quedaba libre para deslizar el as que descansaba oculto en su manga en aras de definir la partida sin que nadie la importunara.

A Joaquín Verdegai se le olvidó mencionar esta anécdota del recipiente entre las muchas que relató, para justificar más si cabe que Charlie tuviera sus ojos puestos donde no debía, aunque bien mirado a lo mejor hemos salido ganando con tan sonoro silencio, y es que ya duelen los oídos con tanta majadería, porque mientras el CSAI (Commissione Sportiva Automobilistica Italiana) cerraba filas alrededor de Ferrari y Fernando a las pocas horas del suceso, nuestra egregia Real Federación Española De Automovilismo (RFEDA) se llamaba andanas dejando a Valencia y al asturiano a los pies de los caballos, con Don Carlos Gracia, su presidente, entreteniéndose en chorradas como insinuar la incontinencia verbal de Fernando mientras argumentaba que el feliz desenlace del accidente de Mark Webber se debía a los esfuerzos realizados por Max Mosley en aras de la seguridad durante sus años de reinado, obviando que el detonante, el encontronazo entre un lento Lotus y un rápido Red Bull en una recta, tenía el sello magistral y esquizofrénico del británico.

Bernie se felicitaba a principios de temporada porque 2010 iba a ser el año en que cuatro campeones mundiales lucharían por el título, incluso se mostró contrariado porque Kimi se hubiera apartado de tan imponente espectáculo. Pero a día de hoy está pletórico con la lucha entre Hamilton y Vettel por el campeonato, vamos, que se consuela con sus dos chicos más mediáticos porque se sigue sabiendo amo del cotarro... Por ello decide dónde apuntan sus cámaras y a quién, subrayando, poniendo, quitando, diciéndonos siempre adónde mirar, enfatizando si es menester una simple botella para denunciar que tras ella habita una barbarie anecdótica que a nadie interesa, el claro y masticado ejemplo del mundo sucio e inadecuado que clama justicia de manera impertinente pero que no encaja en su universo.

Si pudiera elegir, me pediría el papelazo de John Wayne en Río Bravo, película de vaqueros de mi adolescencia firmada por Howard Hawks (por fortuna se tituló aquí como allí), con un Dean Martin en uno de sus mejores encuadres, que trataba de hombres buenos que no cejaban en su empeño de enfrentarse al desafío de una autoridad bastarda porque tenían ideales, y que por tenerlos conseguían arroparse con la voluntad de las gentes sencillas del pueblo, secundarios de lujo como Walter Brennan, que vieron en ellos la posibilidad de que los buenos ganaran a los malos a pesar de sus ardides y la acostumbrada desmemoria.

¡A puro huevo!