El fin del mundo

Poco a poco va anidando en mi corazón una sensación de desánimo que ni pa’qué. Ahora sale el del geriátrico y nos revela que tiene tendencias severas y que le gusta el orden, y propone a su colega Max para primer ministro de la Gran Bretaña comparando sus dotes de mando con las de Margaret Thatcher, olvidando que ambos a dos dirigen una fábula deportiva que por definición debería ser democrática, plural y horizontal, y para colmo lo hace entonando una hagiografía barata alrededor de la figura de Hitler.

Me he puesto el himno de Riego por levantar el ánimo, pero no me ha servido de nada, así que lo he sustituido por una música más liviana, menos enardecida, por ver si soy capaz de digerir tanta imbecilidad como campa por el mundo.

Lo admito, estoy un poco hasta las narices de que en un entorno que debería ser propicio a las elcubraciones técnicas, a las apuestas, a los sueños, lo único reseñable sea que el capital pretende seguir jodiéndonos la vida más allá del imperio de la hipoteca y los EREs que mandan a la basura, o penden de un hilo, a la gente conocida y a sus familias, mientras persevera en que seamos todos los que paguemos los platos rotos de su codicia.

Ahí anda el adalid de las buenas costumbres y la corrección política, el mismo tipo que clamó venganza porque un grupo de amigos se había disfrazado de Familia Hamilton en mitad de los carnavales, mofándose, dijo, de la condición étnica del hijo de Anthony Hamilton; el mismo que hirió al respetable hace apenas unos meses al afirmar que si por él fuera pondría en la parrilla a una mujer negra y judía… Es verdad que le faltó decir que si fuera puta todavía sería más rentable para el negocio, su negocio, pero a fe mía que se intuía. Y ahí sigue el impresentable del carajo, volviéndonos a herir mientras siembra circuitos en paraísos fiscales o bajo pabellones que conocen la democracia porque a veces el término se menciona en la prensa; destruyendo iniciativas privadas porque no pueden sobrevivir a la explotación extensiva; y todo ello porque en el fondo lo que mola es que sea el erario público quien subvencione su concepción de libertad de mercado… cualquier cosa con tal de vender morralla o bisutería a precio de Seville Road o Quinta Avenida.

Cata me tiene prohibido hablar de política, pero estoy cansado de seguir prendido a todo esto, de asistir impotente a tanto reguero de mierda, de ver cómo este pequeño blog que llegó a tener 700 visitas diarias, hoy llega a las 300 y por los pelos. Estoy cansado de tanta imposición de tedio y de tanto despropósito, de que los amigos se me vayan arruinando, e incluso de que los enemigos declarados sólo tengan bobadas que decir…

Es eso, o que ha llegado el fin del mundo y no me he dado cuenta por amar lo que amo. Sea como fuere, sé que se me pasará mañana, o pasado, o al otro. Lo que ya no tengo tan claro es que sigáis ahí si vuelvo, y todo gracias a individuos como Bernie Ecclestone, que encuentran valores reseñables en tipos como Mosley o Hitler. Lo siento, pero hasta aquí llego.