Al mundillo de la Fórmula 1 se le denomina cariñosamente Gran Circo, The Circus, o Circo a secas, por el indiscutible parecido que tenían sus primeros despliegues con los habituales de los circos tradicionales. Cuando se bautizó el invento nadie en su sano juicio pensó (intuyo), que el apelativo iba a resultar con el paso de los años, una perfecta metáfora de lo que la F1 encierra en sus entrañas: abundantes domadores, terribles fieras, y desternillantes payasos.
El caso es que comencé a escribir esta entrada el viernes después de la última carrera (26 de Octubre pasado, para más señas). Aparentemente reinaba la calma. Los señores Dennis y Haug habían dejado de dar la murga y el jueves de aquella lejana semana anunciaban que su reclamación sobre los vehículos de Heidfeld, Kubica y Rosberg no albergaba la aviesa intención que todos intuíamos (poner a Hamilton en quinto lugar y darle el campeonato), sino que, muy al contrario, tenía el saludable ánimo de «aclarar el reglamento» (sic). Sin embargo, decliné acabarla y publicarla porque sentí una alteración en La Fuerza. ¡Joder, con la FIA de por medio, una reclamación que podía dar el título a Hamilton llevaba más peligro que un Miura en Estafeta!
No andaba muy descaminado en mis celosas precauciones, pues ha tenido que pasar casi un mes para que la lógica se imponga (es un decir), colocando a cada uno en su sitio: Fernando le ha hecho un calvo a McLaren, largándose con gran generosidad del reino de la igualdad de oportunidades para que lo disfrute otro. Dennis se ha quedado compuesto y sin novia, cavilando cómo engañar a algún ingenuo para que le haga el trabajo sucio a su pupilo. A Haug se lo ha tragado la tierra. Lauda ha ladrado un poco más. Mosley ha amagado a destiempo, como de costumbre, admitiendo que la FIA debería haber hecho lo que no hizo. Hamilton ha estrenado biografía por si se le tuerce el futuro. Su padre ha desaparecido. Todt, el idestructible, ha visto cómo le segaban la hierba bajo los pies. Schumacher (el bueno) ha vuelto para demostrar en Montmeló que se marchó porque quiso. Bernie Ecclestone ha amenazado con dimitir si le daban el título a quien hacía apenas un mes jaleaba como único merecedor del mismo… ¡Quién da más!
No andaba muy descaminado en mis celosas precauciones, pues ha tenido que pasar casi un mes para que la lógica se imponga (es un decir), colocando a cada uno en su sitio: Fernando le ha hecho un calvo a McLaren, largándose con gran generosidad del reino de la igualdad de oportunidades para que lo disfrute otro. Dennis se ha quedado compuesto y sin novia, cavilando cómo engañar a algún ingenuo para que le haga el trabajo sucio a su pupilo. A Haug se lo ha tragado la tierra. Lauda ha ladrado un poco más. Mosley ha amagado a destiempo, como de costumbre, admitiendo que la FIA debería haber hecho lo que no hizo. Hamilton ha estrenado biografía por si se le tuerce el futuro. Su padre ha desaparecido. Todt, el idestructible, ha visto cómo le segaban la hierba bajo los pies. Schumacher (el bueno) ha vuelto para demostrar en Montmeló que se marchó porque quiso. Bernie Ecclestone ha amenazado con dimitir si le daban el título a quien hacía apenas un mes jaleaba como único merecedor del mismo… ¡Quién da más!
El caso es que la FIA accedió a revisar el asunto de la temperatura de los combustibles de Williams y BMW, atendiendo en primera instancia a la reclamación de McLaren, y esta mañana ha hablado, anunciando que desestima la última chorrada del equipo inglés, el último intento (esta vez desesperado) por rentabilizar in extremis la inversión que en breve va a empezar a pesarle como una losa. ¡Al tiempo!
Y así, hoy, 16 de Noviembre, por fin podemos decir bien alto que este turbulento 2007 tiene ya su campeón mundial de F1: Kimi Räikkonen, el hombre que este año ha ganado más carreras después de no haber obtenido ninguna el pasado año en McLaren, y que entre unas cosas y otras, ha sabido devolver a este deporte a su época más gloriosa, aquella en que los pilotos bebían a borbotones la vida que les quedaba entre carrera y carrera, pasando olímpicamente de ser meros objetos de mercadotecnia para patrocinadores y escuderías. ¡Qué importa que no sonría en público si lo que le gusta es disfrazarse de gorila!
En todo lo que has dicho me siento muy de acuerdo con tu parecer. Buen trabajo.
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