Incluso los más acérrimos defensores de Ron Dennis coinciden en describirle como un hombre que sufre una mutación en cuanto se pone el mono de trabajo. Dejando atrás la medida compostura con que se adorna mientras ejerce de relaciones públicas, Ron se vuelve tremendamente puntilloso en cuanto aterriza en el box o en sus aledaños. En este orden de cosas, sorprende que incluso en su descripción más benévola siempre se salve de su control el ámbito concerniente a los pilotos, como si estos no formaran una parte importante de su particular imperio, y pudieran andar por él sin la supervisión y el permiso del jefe.
Sin embargo, una lectura desacalorada de las circunstancias que rodean a Dennis nos ofrece el cuadro de un hombre meticuloso que no deja nada al azar y que empapa con su presencia hasta el último tornillo utilizado por sus mecánicos. Obviamente, los pilotos no podían estar ajenos a esta peculiar manera de hacer las cosas.
Antes de continuar, me voy a permitir hacer una breve descripción del panorama deportivo que rodeaba la Fórmula 1 en 1987, pues sin lugar a dudas tejía la típica barrera invisible que empapa determinados momentos deportivos —en ciclismo: Miguel Indurain; en natación: Mark Spitz; en velocidad: Carl Lewis; etcétera—, y que cuando se ve superada por la especialización de los sucesivos rompedores de récords, queda aparcada en el baúl de los recuerdos sin que nadie repare en ella.
Antes de continuar, me voy a permitir hacer una breve descripción del panorama deportivo que rodeaba la Fórmula 1 en 1987, pues sin lugar a dudas tejía la típica barrera invisible que empapa determinados momentos deportivos —en ciclismo: Miguel Indurain; en natación: Mark Spitz; en velocidad: Carl Lewis; etcétera—, y que cuando se ve superada por la especialización de los sucesivos rompedores de récords, queda aparcada en el baúl de los recuerdos sin que nadie repare en ella.
Así las cosas, en 1987 (poco más de un cuarto de siglo de historia automovilística, nada menos), 11 hombres son los que han conseguido el título una vez: Farina (1950), Hawthorn (1958), P. Hill (1961), Surtees (1964), Hulme (1967), Rindt (1970), Hunt (1976), Andretti (1978), Scheckter (1979), Jones (1980) y Rosberg (1982). 5 lo han logrado dos veces: Ascari (1952 y 1953), Clark (1963 y 1965), G. Hill (1962 y 1968), Fittipaldi (1972 y 1974) y Prost (1985 y 1986). 4 han alcanzado el rango de semidioses con 3 coronas: Brabham (1959, 1960 y 1966), Stewart (1969, 1971 y 1973), Lauda (1975, 1977 y 1984), y Nelson Piquet, quien está a punto de ascender el peldaño (1981, 1983 y 1987). Y sólo uno ocupa el Olimpo, Juan Manuel Fangio, a distancia, con 5 entorchados (1951, 1954, 1955, 1956 y 1957).
Hecho el repaso, cabe destacar que a finales del 87, nadie en su sano juicio podía imaginar siquiera que el hombre llamado a batir todos las marcas todavía tenía granos en la cara, siendo entonces un adolescente que destacaba en las fórmulas menores tras haberse curtido jugando a los karts (Michael Schumacher, que debutaría en la máxima categoría en 1991); y lo que es peor, nadie podía pensar, tampoco, que el bicampeón mundial que ocupaba plaza de primer piloto en McLaren, podía seguir teniendo mucha vida por delante, cuestión que le iba a permitir convertirse en el único tetracampeón mundial (Alain lo es, hasta el momento), que atesora, además, un logro difícil de emular: 4 títulos, como ya hemos dicho (1985, 1986, 1989 y 1993), y 4 subcampeonatos mundiales (1983, 1984, 1988 y 1990), en 13 años de participación en la F1 (de 1980 a 1993).
Dicho esto. Todavía no ha terminado el año y Dennis considera (lógicamente) que el ciclo de Prost ha llegado a su término o está a punto de hacerlo (2 títulos estaban bastante bien, se mire por donde se mire), y busca su reemplazo, como no podía ser de otra manera, y lo encuentra en Ayrton Senna, una joven promesa que se había iniciado en el equipo Toleman y que había corrido las tres temporadas anteriores para la escudería británica Lotus, obteniendo dos cuartos puestos consecutivos (1985 y 1986) y un tercero (1987).
Ayrton, brasileño, es un piloto instintivo, muy alejado de la frialdad milimétrica de Prost, que resulta terriblemente eficaz sobre la pista y un auténtico diablo sobre mojado. Al igual que el galo, es un individuo apasionado por la mecánica y las puestas a punto, pero a diferencia de éste, está sin moldear. Por si fuera poco, es el hombre de confianza de Honda, motorista que lleva varias temporadas proporcionando propulsores a otras escuderías (Williams y Lotus), y que en un momento en que los motores turbo se ven en peligro (habían alcanzado desorbitadas potencias que rondaban los 1.200 c.v., tiempo y lugar en que la FIA decide tomar cartas en el asunto para poner coto a la escalada de caballos), supone la garantía de futuro para McLaren, pues ha desarrollado un motor atmosférico que estará a disposición exclusiva de la escudería inglesa a partir de 1989: el Honda 3.5 V10.
Dennis no tiene dudas, existe una oportunidad y no la va a desperdiciar. A pesar de que eligiendo al paulista pone en serio riesgo el equilibrio de fuerzas que reina en el equipo, en el peor de los casos Prost puede sobreponerse para intentar llevarse su tercer título. En el mejor, un novato, Senna, puede iniciar una nueva época de triunfos. En ambos, McLaren, el equipo, resultará determinante en sus logros, lo que a la postre lo situará a la misma altura de la única escudería que hace alarde de que sus máquinas hacen grandes a sus pilotos: Ferrari.
Así, a pesar de que las primeras pruebas del Honda 1.5 V6T (llevadas a cabo durante 1987, con Senna a los mandos de un MP4/3 modificado, y con el motor que será utilizado en 1988) son supervisadas oficialmente por Prost, será Ayrton quien vaya a llevar la voz cantante en el desarrollo y puesta a punto del veloz MP4/4, y el francés, que es cualquier cosa menos idiota, comienza a vislumbrar en ese preciso momento que Dennis le tiene preparada una despedida tal vez un poco adelantada en el tiempo.
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