Al filo de la madrugada del domingo pasado, Hungaroring, sufriendo la cercanía de un agujero negro o tal vez presa de un bucle espaciotemporal, abandonaba Hungría durante unas horas para instalarse en Isla Tortuga (en 1670, para ser exactos). Así, batida por los vientos Alisios y por las olas del Caribe, la cueva de los Hermanos de la Costa se hizo patente, nítida ante nuestros ojos y los de todo el mundo, parcial, sesgada y diáfana de complejos, y brutal, como siempre...
Perdonadme la soplapollez, pero he tenido que recurrir a ella porque de otra manera resulta incomprensible la cacicada que los comisarios de Hungaroring han cometido sobre nuestro compatriota Fernando Alonso, en un intento grosero y mezquino por devolver a Hamilton lo perdido en Alemania.
¿Deporte? Sí, deporte, a esto lo llaman deporte por no llamarlo de otra manera. Un profesional se salta a la torera las instrucciones de equipo y provoca una tormenta de la que sale beneficiado. El team manager de una escudería puntera es insultado y al infractor se le bonifica con la pole. El padre de un piloto se queja al delegado de la FIA y el máximo organismo le presta oídos. ¡Ver para creer!
La clasificación del sábado pasado fue de infarto. Rompiendo la tónica establecida en Magny-Cours, Fernando se había desatado en los libres marcando la pauta. Con 2 puntos de renta negativa ya no le hacían falta ni los trompos a destiempo, ni las salidas en curva a causa del viento. Todo seguía un guión concienzudamente establecido, hasta que surgió el desastre. Lewis mandaba la Q3 como si dispusiera de la vuelta extra (teóricamente no le tocaba, pero para el caso: patatas). Fernando entraba en boxes a cambiar neumáticos, en una parada interminable; detrás, Hamilton. Alonso con gomas duras mientras el cronómetro seguía devorando segundos, tras él, el inglés con neumáticos blandos y a la espera de nuevos blandos. Salía el Nano y marcaba la pole, y Ron Dennis, presa de un arrebato, lanzaba los cascos sobre la mampara de su ordenador en muro británico, mientras su pupilo reducía revoluciones. ¡De locos!
Si no fuera porque a Massa le habían mandado salir sin gasolina, incluso podría haber resultado creíble que la FIA se pusiera a indagar lo que había pasado en el box de McLaren; pero no, dejando de lado que la escudería con mayor presupuesto de la parrilla había penalizado a su segundo piloto con una maniobra tan incomprensible como idiota, sus representantes optaban por hacer caso a las quejas del padre de Hamilton, investigando de oficio una situación tan sencilla como que un piloto esperaba a que su ingeniero terminara de hablar por el sistema de comunicación (unidireccional, es decir: o de ida o de vuelta) para preguntarle por qué le habían puesto gomas duras en vez de blandas. Tan claro como eso. Y por si fuera poco, el piloto en cuestión ostentaba el segundo mejor tiempo, lo que le hacía acreedor legítimo a intentarlo de nuevo por ver si conseguía reducirlo…
Contra todo pronóstico, la misma FIA que sacó con grúa a Hamilton del atolladero de Nürburgring, intervenía sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, y sancionaba al piloto que quería (podía y debía) intentarlo de nuevo, en beneficio del que ya disfrutaba de la pole, penalizándole con 5 puestos en base a no se sabe qué artificio, regalándole la carrera al segundo, y condenando al equipo a que no puntuara, como si organizar su estrategia no fuera de su exclusiva incumbencia. ¡Tela!
Y para completar el patético escenario, un tricampeón mundial como Niki Lauda, recitando la única letanía que conoce: «No perdí tiempo en preparar la calificación y me centré en el domingo [en referencia a su lucha con Prost]. Ésa es la razón por la que gané el título. Fui inteligente, lo suficiente para cambiar mi filosofía.» Tío, que este año de las 11 carreras disputadas, 8 han sido ganadas por los hombres que han conseguido la pole, ¡como para dejarla escapar!
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