Julián Tellaeche Isusi

Dispongo de cuarenta y cinco minutos para deciros que mi hermano mayor ha muerto y no tengo ni ropa para su entierro. Para contaros que el hombre que me enseñó a pronunciar con equis rotunda el apellido de Jacky el belga, no volverá a llamarme para preguntar qué tal le irá a Fernando este año.

Ayer hablé con él. Me llamó y como de costumbre, acabé recibiendo un aviso de llamada perdida diez minutos más tarde. Gorliz y sus cosas, creo que ya os lo he contado. Le llamé yo y charlamos sobre su vesícula y sus piedras, su dieta, y sobre la posibilidad de que Honda y McLaren hayan estado amagando en Jerez con el asunto de los tokens como telón de fondo y por supuesto, sobre ese MP4/30 que se vislumbró en Japón, un todísimo abajo al más puro estilo Newey.

¿Y nuestra Ferrari...?

Mi madre anda rota preguntándose cómo Dios puede ser tan cruel como para dejarla a ella viva con 87 años mientras un infarto crítico le arrebata a su hijo mayor con tan solo 63. Alabama llora. Yo hago de asfixia entereza y le explico a Matilde que Julianchu, deja tras de sí un mundo mejor mientras las lágrimas me quitan el poco aire que me queda alrededor.

Fingir no está bien, lo reconozco, pero me toca como me ha tocado siempre, ser el más fuerte o siquiera aparentarlo. 

Vestí a mi suegro una vez muerto por mucho que mi suegra se empeñe en decir que lo vistió mi cuñada Regina; cerré los ojos de mi padre y tengo dos sobrinas, un sobrino y un hijo a los que explicar ahora que su padre y su padrino, hemos creído juntos que el mañana más que el hoy, permitirá que el futuro se conjugue en un genérico, inabarcable y humano nosotros.

Es de rojos, lo sé. Pero tambien de personas inquietas, de indentidades que buscan alternativas a lo que hay...

Dormíamos juntos. Él en la cama de la derecha y yo en la de la izquierda del cuarto que teníamos reservado a los chicos en Santurce. Mi hermano me hablaba de Ferrari, de cómo era la escuadra que salía a buscar la victoria y hacía los coches más bonitos, de Fangio, de Stewart y su Tyrrell azul, de Ickx y su apellido impronunciable; y hoy me queda entre las manos la familia y una niña que todavía no ha nacido, su nieta a la que nunca verá, a quien tendré que aleccionar yo desde estas miserables páginas, sobre ese puntito tellaeche que hace que la vida sea un poquitín más comprensible y llevadera porque en la familia siempre la hemos visto distinto.

Cabrón, no te lo perdonaré nunca. ¿Cómo me has dejado tan y tan solo sin avisar siquiera?