Silicon Valley [Singapur]

No se alarmen, sólo es una muñeca… Mejor, alármense porque la muñeca de los cogieron parece una mujer real si no fuese por esos ojos que no miran, por esos labios que no tiemblan, por esa piel que no responde como haría el mar al ser acariciado por la brisa…

Singapur, sí… Dije el otro día que Singapur sobraba, que sirve de relleno para dilatar el calendario, de love doll para entretener a esa caterva de impresentables que harán como que caminan sobre las aguas con tal de que asimilemos de una puñetera vez que esto que nos sirven frío, puede ser considerado F1 en estado puro. Y admitía también que así y todo, soy capaz de tolerar el bendito Gran Premio más deslumbrante de la temporada, aunque éste encuentre su luminosa fortuna a base de sacrificar watios y watios.

Así que Singapur y sus curvas de cartabón se abrían en mitad de la noche tal que a la hora del almuerzo dominguero en Gorliz, y la salida resultaba entretenida, con el único tipo que quería algo de la carrera, liderándola desde sus primeros compases. Con Pastor atemperado, trémulo casi, hurtándonos la felicidad de verle sacar el machete para atacar al poleman, como esperábamos, y con Sebastian agarrándose a un clavo ardiendo por pillar al de McLaren y dejar atrás al Ferrari de Fernando…

Todo iba bien gracias a ese despropósito que atiende al nombre de Pirelli, quien para amenizar el cotarro y favorecer el espectáculo, trajo a Singapur unos neumáticos superblandos que no entendía ni la madre que los parió —hay quien encuentra gracia en esto, pero juro que yo no—, lo que derivó en que el baile en garajes comenzara pronto, aunque en el fondo no hacía falta, pues en el giro 22, casi diez vueltas más tarde de que Webber se arrimara a boxes a que le cambiaran los zapatos, Lewis, el soñador que soñó vencer desde el sábado, claudicaba en sus aspiraciones por una rotura de caja de cambios en su MP4/27.

A partir de ahí, también fue todo bien, para qué vamos a ser cicateros. Vettel, feliz, volaba bajo y consistente —sabrosamente consistente, diría yo—, aunque cruzando los dedos para que el alternador de su RB8 no le enseñara el dedo corazón. Button, consciente de que debía limar puntos al de Oviedo, mantenía sellado el muro de hielo mientras repetía por bajines aquello de ¡the winter is coming; the winter is coming; the winter is coming…! Tras él, Maldonado y su Williams, y oteando el horizonte, inmediatamente detrás, Fernando, el único tipo de la parrilla que sabe soñar frío mientras se mantiene concentrado.

Algo más tarde Narain aparcaba su coche de mala manera y Charlie mandaba salir a Maylander. Sebastian y Jenson jugaban a apostarlo todo entrando a cambiar de neumáticos por si había fregao (que no, que no hubo), toda vez que el asturiano lo había hecho unas vueltas antes. Aunque el ardid sirvió de poco como se vio inmediatamenten después, pues Williams calzó tarde a Maldonado y el Nano le robaba el puesto al venezolano con el Safety Car todavía en pista… Se relanzó la carrera, pero el Kaiser quería su pedacito de gloria y se calzaba a Vergne más o menos donde el año pasado se paseó por encima de Kobayashi, aunque cuidando que el estilo fuese el mismo: atacando por la espalda y sin aviso…

La cosa estaba encajada y no admitía más historias porque con las Pirelli no se juega, y aunque en vez de 61 vueltas iba a haber 59 ya que las normas de la FIA, para estas cosas, son inquebrantables, todo el mundo se dispuso a no sufrir como en Canadá. Tanto fue así que la prueba terminaba con Vettel en lo más alto, custodiado por Button a la derecha y Alonso a la izquierda, vamos, que sobraron algunas vueltas, pero eso sí, acabó con el asturiano buscando con la mirada entre el público por ver si encontraba a Hamilton, el hombre con quien se jugará los cuartos para llegar vivo a Interlagos.

Hubo más cosas. Mi Felipe pinchaba en la primera vuelta y remontaba con alguna que otra hazaña de por medio, hasta terminar octavo. Kimi va tercero en la general pero se ve que va a necesitar algo más que cuidar gomas si quiere luchar de tú a tú con Sebastian, Lewis y Fernando por el título. La calculadora que lleva el Nano es de las buenas, de Silicon Valley; y por último, Sergio nos vino a enseñar por qué Montezemolo le ve todavía poco hecho para subirse a una Ferrari.

Os leo.