sábado, 19 de agosto de 2017

Enzo y los bárbaros


Que estar entre los mejores sea una manera bastante segura de optar a ganar, no implica que aplastar siempre a los rivales resulte algo bueno, ni, desde luego, la mejor de las estrategias comerciales. A las pruebas me remito: Vettel acabó aburriendo al más pintado enseñando tanto dedito entre 2010 y 2013, por no hablar de la turrada que nos ha metido Mercedes-Benz de 2014 a esta parte... 

No, no es bueno ganar así ni para la marca ni para los protagonistas de los triunfos.

Arrasar una y otra vez no es saludable para los intereses de ningún negocio y puesto que la Fórmula 1 es uno de ellos que, además, tenemos muy a mano, huelga decir que la cultura invictus que se arroga a Ferrari es más falsa que la falsa moneda de Imperio Argentina por mucho que algunos autoproclamados tifosi pata negra insistan en que es legendaria.

El 14 de agosto de 1988 desaparecía el hombre cuya imagen abre esta entrada. Él entendía la competición de otro modo y si hubiera seguido entre nosotros, doy por seguro que la historia habría sido bien distinta. Os cuento.

Al padrino Enzo le jodía doblar la rodilla o morder el polvo como al que más, seguramente al que más de todos, precisamente porque había ganado cada palmo de terreno con mucho sudor y tasaba cada gramo de esfuerzo invertido como si fuese una pepita de oro. Luca Cordero di Montezemolo, quien a la postre cogió los bártulos después de la muerte de Il Commendatore, sin embargo creía saber cómo se llegaba más rápido a los objetivos marcados aunque acabó tornando lo que era una fabulosa cultura basada en la excelencia en lo que hoy es una religión plagada de talibanes y torquemadas.

En publicidad nos enseñaban la diferencia entre una imagen escalera y una imagen ascensor. La primera se labra con mucho tiempo, pasito a pasito, de forma que cada rellano supone una conquista difícil de perder. La segunda asciende rápido pero resulta mucho más delicada de sostener. Obviamente, la Ferrari de Enzo es un bonito exponente de producto escalera, y la de Luca, un producto ascensor casi casi de manual.

Me preguntábais el otro día por qué Ferrari empuja a Michael a terminar su carrera en 2006 y la respuesta es sumamente sencilla: el de Kerpen está agotando la marca Ferrari a mediados de la década pasada. Con el transcurso de los títulos, el alemán se ha convertido en prácticamente sinónimo de la de Il Cavallino y su imagen empieza a ser peligrosa para Maranello porque desvirtúa su contenido semántico. Schumacher ya no es útil para la italiana, ni para Bernie.

Enzo jamás habría jugado a este juego. De los nueve Campeones del Mundo que ha dado La Scuderia a la Fórmula 1, de 1988 a 2017 sólo tenemos a Schumacher y Raikkonen, los otros siete corresponden a la etapa del mago de Módena: Ascari, Fangio, Hawthorn, Hill, Surtees, Lauda y Scheckter, y salvo en el caso del Chueco —el argentino se había quedado sin asiento para la temporada 1956 por el abandono de Mercedes-Benz—, los otros seis consiguen la cima del deporte gracias a conducir máquinas Ferrari. ¿Entendéis el matiz?

La rossa hace grandes a quienes pilotan sus coches. Piloti, che gente!

Luca Cordero di Montezemolo entenderá tarde que la religión que ha creado puede devorarlo a él. Su filosofía ha consistido en contratar campeones del mundo para que hicieran grande a Ferrari: Prost a comienzos de los noventa del siglo pasado (tres títulos con McLaren), Senna en la recámara (tres en McLaren y buscando el cuarto con Williams), y, sin lugar a dudas, el propio Schumacher (dos con Benneton)... Por fortuna, Iceman reconciliará a los tifosi con el legado de Enzo Ferrari en 2007, aunque hiciese falta una pequeña carambola del destino para firmar el milagro, pero la mítica ya está presa para entonces.

Ligada a los triunfos ya nadie recuerda el esfuerzo que los hace posibles ni valora los casi, aquel árbol delicado que cuidaba con mimo el hombre cuya pérdida hemos recordado este lunes pasado. Forza! ya no significa fuerza de tanto como ha sido gritado en vano, y sólo tiene sentido para quienes siguen estando dispuestos a aceptar que no todas las batallas se ganan y que hay derrotas que valen como victorias siempre y cuando se libren como si no hubiese un mañana.

Eso era Ferrari hasta que los bárbaros tomaron Maranello...

Os leo.

1 comentario:

enrique dijo...

No creo poder estar más de acuerdo contigo. Cuando Guardiola fichó como entrenador del Barcelona, repetía una y otra vez que el objetivo era competir, siempre competir. Kanaan tenía razón.