martes, 11 de abril de 2017

Si te dicen que caí [#Nürbu 20]


«No lo pienses dos veces, ¡arranca!», se decía para sí un piloto que jamás pasó a la historia pero disputó varias carreras en el Nordschleife y vivió para contarlo...

Cada vez que tomaba el volante entre sus manos esperando el banderazo de salida, se sentía agonizar como cuando sujetaba la carabina no demasiado lejos de allí. El sudor empañaba sus gafas y el frío le recorría la espalda mientras un sabor que reconocía perfectamente se abría paso esófago arriba, amargo y con tonalidades metálicas, hasta inundar por completo su garganta, boca y nariz. Entonces, él agarraba aún más fuerte el aro de madera hasta que el dolor de los dedos lo devolvía momentáneamente a la realidad para comprobar de nuevo cuán largos pueden ser los segundos cuando te atenaza el miedo.

Muy pocos sabían que una vez se orinó en los pantalones, dentro del habitáculo. Había llegado a Europa con la 101 que plantaría cara a las divisones alemanas que asediaban Bastogne. Luego vinieron el repliegue y la contraorden para no ceder ni un milímetro...

Contaba tan sólo 19 años el 18 de diciembre de 1944 y creía saber entonces a qué se enfrentaba cuando se decía no lo pienses dos veces antes de saltar del avión. Tan sólo dos días después ya conocía a su peor enemigo. Lo veía a todas horas y hablaba con él cuando se aferraba al pasamanos de abedul esperando una señal que raras veces llegaba. El resto resultaba sencillo pero la espera no. Ahí, en ese breve o largo intervalo de tiempo, se volvía frágil y vulnerable como una caña seca.

—No lo veo. Tiene miedo, ¿cómo puede ser rápido así?

—Déjalo hacer. Se le pasa...

Bélgica después de la ocupación y los coches de carrera a pesar del trozo de metralla que llevaba alojado en la cabeza que hizo que lo apodaran Tic-Tac. Era rápido al volante porque aprendió que así también se sobrevivía. Poco a poco el miedo desapareció pero en el Nordschleife volvía puntualmente a visitarlo, como si quisiera advertirle de que no lo había derrotado del todo.

Tal vez la altura, lo imponente del circuito o el metal que por precaución nunca le fue extraído. Allí estaba de nuevo, acariciándole con tacto gélido mientras recordaba que sólo se le vence cuando lo reconoces y se prometía que aquella sería la última vez y musitaba para sí: «No lo pienses dos veces, ¡arranca!»

Os leo.

1 comentario:

Fabian Prieto dijo...

Don José

Debo decir que me gustan mucho estas entradas a manera de narración acerca del mítico Nürburgring. se las echaba de menos.

Saludos,