jueves, 31 de marzo de 2016

Recursos humanos


Cuando  escucho o leo la palabra «gestión» en lo relativo a los pilotos de la Fórmula 1, se me ponen los pelos de punta. 

No creo que sea por nada en especial. Uno tiene una edad y con el paso de los años ha aprendido a gestionar las canas, la barriguilla, los yogures para que lleguen al fin de semana, la calderilla para que aguante hasta final de mes, el trabajo, y que no falte... Cosas en todo caso. Circunstancias cuando toca; sentimientos si no queda otro remedio; pero mascotas o seres humanos jamás, ni mucho menos relaciones o afectos, que de eso se encargan De Guindos, Montoro y los que son de su misma ralea contable.

En lo nuestro, además, eso de gestionar a los conductores me parece un completo despropósito ya que dinamita las bases mismas del deporte.

Antes de que llegaran al paddock los canallas al estilo Joaquín Sabina, en su seno había amistad de la buena y también odio del bueno, admiración de ley o miradas de recelo. Podía existir indiferencia, pero a la postre, el proletariado terminaba unido o desunido según soplara el viento, como sucede siempre en las buenas familias. En los setenta del siglo pasado, cuando eras canalla o gentleman porque no había muchas más opciones donde elegir, el asunto seguía siendo más o menos el mismo, igualito que en la década siguiente...

La verdad, no sé a ciencia cierta cuándo coño se metió el capital en medio, porque tuvo que ser él el responsable del cambio de atmósfera. 

Siempre entra de puntillas en la vida del ser humano para establecer no sé qué ventajas para quien cae en sus manos, normalmente en un contrato de pocos folios y abundancia de letra pequeña, que obliga a este último a partir del instante en que lo firma, a ser otra persona y a comenzar a gestionar incluso con quién se relaciona en las redes sociales o cómo se toma las cosas, porque a ver, el seguro que venía en documento adjunto no contempla según qué incidencias.

Desde ese momento toca ser serio por cojones, aunque no quieras. La seriedad viene impuesta y se ha hecho un lugar en tu existencia en plan supositorio, casi sin darte cuenta salvo en ese momento, ya sabéis...

Y en 2016, el aficionado adora a James Hunt y sus impertinencias e irreverencias, porque queda lejos. Se ríe con las cosillas de Nelson Piquet cuando orinaba dentro del habitáculo para hacer ver a sus mecánicos que el que perdía líquido era el coche, porque queda lejos. O porque queda lejos, esboza una sonrisa al recordar que a Alain Prost le pusieron de patitas en la calle en Renault por zumbarse a la señora del jefe de equipo, o se cachondea del todo al recordar que Michael Schumacher le tenía prohibido a Eddie Irvine que se acercara a su hermana, o que el irlandés, en su etapa de convivencia con Pedro de la Rosa, pagaba de su bolsillo a los mecánicos de Jaguar para que pusieran en su vehículo el motor que utilizaba en el suyo el barcelonés...

Si preguntas, los gurúes te dirán que aquello sí que era Fórmula 1, y de la auténtica. Por esto mismo llamaron nenaza a Jarno Trulli cuando abandonaba la carrera de Singapur de 2007 porque el agua, por un fallo mecánico, no le llegaba a la garganta en un ambiente asfixiante debido al calor y la humedad reinantes, aunque la razón oficial del abandono se depositó en la pérdida de presión hidráulica del Toyota que conducía el italiano en aquella carrera.

A Nico Rosberg lo llaman despectivamente Britney por razones similares —el alemán es blandito o lo parece, como si Graham Hill fuese un clon de Chuck Norris o Arturo Pérez-Reverte y el hijo de Keke desmereciese cualquier comparación—. Apoyaron a Mark Webber cuando con un hombro roto debido a un accidente de bicicleta, asumió en 2010 el riesgo de disputar varias carreras de aquella temporada bajo los efectos de los calmantes. Pero hoy no tocaba...

Fernando Alonso pretendía disputar el Gran Premio de Bahrein con una costilla rota y el asturiano está a estas horas en boca de todos. Ha gestionado mal su accidente, su entorno inmediato ha gestionado pésimamente que el de Oviedo pretenda correr malhadado en los Emiratos Árabes. No se puede meter un gol así a la FIA, se comenta en los mentideros a las nueve de la noche...

Y el protagonista de esta entrada, Lewis Hamilton, también ha pecado. No ha tenido la suerte de encontrar en su camino a un Thomas Alexander Fermor-Hesketh, tercer barón Hesketh atendiendo a su linaje. Lord Hesketh, el hombre que creyó en y apoyó al canalla más magnético de la Fórmula 1, su majestad James Hunt...

Hamilton es en su vida privada más choni que otra cosa, pero sincerémonos: a quién cojones le importa la vida privada de los pilotos cuando el semáforo se pone en verde.

Lewis pertenece a otra galaxia. Lo odié con toda mi alma en 2007, pero hoy me inclino ante él. Es espectáculo puro y además, a la vieja usanza, como dicen que nos gusta.

Como decía antes, no ha tenido la suerte de  tener cerca un Lord Hesketh y puede que no gane este campeonato —honestamente pienso que 2016 ya es de Nico, como he repetido más de una vez—, pero estoy seguro de que el británico nos demostrará una vez más, que lo políticamente correcto y la Fórmula 1 han hecho malas migas desde que esta historia consistía en hombres que corrían sobre máquinas y los recursos humanos, eran entonces, un asunto que producía repelús.

Os leo.

2 comentarios:

Cao Wen Toh dijo...

Concuerdo contigo en lo de Nico este año. Y a Hamilton como que le veo en el Red Bull del año que viene; es un pepinaco de coche que incluso sin motor ya deslumbró en Melbourne, así que en cuanto pueda correr... (también podría ocurrir que Vettel regresara a RB y Louis acabara en Ferrari junto a Verstappen, cosas más raras hemos visto).

Aficionando dijo...

Me asombra sobremanera que no se haya dado importancia ni apenas difusión a una noticia aparecida hace unos dias en el periódico deportivo As: Alonso tiene una malformación congénita llamada síndrome de Poland, que está clasificada entre las enfermedades raras. Consiste en la ausencia del músculo pectoral mayor, con todas las consecuencias que ello supone para quién lo padece. Mi mujer, que es médico, se asombra de que sea piloto, puesto que la ausencia de ese músculo trae como consecuencia limitaciones serias en el brazo derecho, en el caso de Alonso. Si fuera cierto, uno puede entender el carácter de Alonso y su enorme fuerza de voluntad para superar una seria limitación física. Aunque desconozco el grado de esa malformación en el caso del español, no dejo de admirarme por su afán de superación. Digamos que es como si a un corredor de maratón le faltara un gemelo.