miércoles, 21 de mayo de 2014

Migas de pan sobre Mónaco


En tiempos de obsolescencia programada y prisa por disfrutar de una vida que se convierte en ayer irrecuperable en cuanto pestañeamos, Mónaco, sus muros, calles estrechas y guardarraíles, resulta un completo contrasentido en el que la actual Fórmula 1 apenas cabe salvo para teñir de color el Mediterráneo durante un fin de semana y acaso, para recordarnos de dónde venimos.

Y sí, venimos de viejos aeródromos rodeados de balas de paja, carreteras que atravesaban pueblos desperdigados o bosques interminables y de ciudades como Montecarlo, donde gente como Anthony Noghès soñó una vez que la gente podría disfrutar viendo correr autos de carreras.

También venimos de circuitos hechos expresamente para disputar pruebas, obviamente, pero nada para reconocer nuestra cuna común que atender a esa sensación de improvisación infantil que supone meter con calzador un espectáculo como el nuestro en una ciudad que el lunes volverá a eso que denominamos normalidad. Como cuando convertíamos laboriosamente el salón de la casa, el balcón y parte del pasillo, en un circuito provisional de scalextric en el que la longitud de la rectas y la disposición de las curvas jamás respondía a los requisitos de la compteición sino al espacio disponible.

Sí, todos hemos soñado con tener en nuestro domicilio un trazado permanente donde hacer rodar nuestros cochecitos eléctricos, pero no me digáis que no os apetecería echar esta misma tarde una carrera en el suelo de la oficina o aprovechando el rellano del ascensor ya que entre otras cosas, la segmentación de una pista de slot permite precisamente que la pongamos practicamente donde nos dé la gana.

Imagino a Noghès haciendo esto mismo a primeros del siglo pasado. Ya había ayudado a alumbrar en Rally de Montecarlo con las mismas herramientas: usando carreteras y caminos, y en la cuidad del Principado, el francés quiso repetir la experiencia pero con autos veloces que pasarían una y otra vez delante del público. No importaba la velocidad punta para asegurar el espectáculo, sino la pericia de los conductores, el ruido de sus máquinas y el olor a gasolina. Eso, y la luz del sol junto al mar...

Mónaco puede resultar anacrónico porque hombres diferentes a aquellos que a calzón quitado recorrieron sus calles por primera vez, intentan hacer lo mismo ahora pero a bordo de naves espaciales con ruedas. Sin duda surge un extraño conflicto que a algunos les lleva a recomendar que su Gran Premio sea desterrado del calendario. Pero si faltara, ¿qué haríamos entonces con las migas de pan del bocadillo que cayeron sobre la pista mientras dos pilotos luchaban a brazo partido por ver quién salía primero de ese túnel improvisado que termina en una curva ciega a derechas, al pie de la lámpara, que surgió de nuestra imposibilidad para cambiar de sitio un escritorio o la mesa baja del salón?

Os leo.

3 comentarios:

iMAM dijo...

Jaja, como la vida misma ;-)))

Anónimo dijo...

Noghès también imagino q pensó en las tías buenas como ingrediente indispensable del circuito y del glamour de la Fórmula 1. :)



King Crimson

Interlagos dijo...

Mónaco, imprescindible!!!