jueves, 23 de enero de 2014

A place called home


Ayer recalaba en Joserra y hoy no me he quitado de encima la sensación de que como pionero no doy la talla y como colono, menos aún, lo que no es óbice ni cortapisa para que a veces me sienta como los personajes de la imagen que encabeza esta entrada: aventurero sin ínfulas de héroe, león que mira la sabana pensando en qué habrá de nuevo que le amenice la jornada, Scott más que Amundsen. En definitiva, un poco errata en párrafo inmaculado.

Miro alrededor y no me distingo del todo. No sé si es malo o bueno pero asumo que es lo que hay y en cierto modo me conformo porque no hay otra, que diría aquél. Llevo tiempo pensando en irme por donde vine pero no soy capaz de dar el paso. Mientras tanto, el Thomas Flyer ronronea y yo sujeto el volante con la vista puesta en el horizonte de una pradera a la que sólo le faltan los bisontes.

Dicen que escribo raro porque raro resulta escribir, y no me toméis a mal esta aparente chubarrada porque no va de sacar pecho sino de admitir que fui creado en un tiempo en el que las palabras valían su peso en oro, que he leído a tipos que las valoraban en una densidad y profundidad que hoy sencillamente no cuentan, como no cuento yo, ni mis textos en el fondo, ni mis cuentas en redes sociales, que hay que ver lo poco que valgo en integridad virtual para la cantidad de lecturas y eco que obtienen mis líneas.

No me quejo, entendedme. Lejos de derrotismos, corren tiempos pérfidos para todos y a veces viene bien tomarse un respiro, sopesar lo conseguido y valorar qué puede acaecer después, siquiera por aquello de palparse la ropa y sentir que uno, yo en este caso, sigue vivo y se mantiene consciente de las cosas que acontecen a su alrededor, de tal manera que donde unos, otros en este caso, ven un problema en que haya pilotos de pago yo veo el cénit de la cuestión en que con lo bien que va el negocio, existan todavía escuderías que no lleguen a fin de mes y en consecuencia, se vean obligadas a subastar los asientos de su coches.

Mi amigo Miguel me recuerda cada vez que hablamos que no dejaré de ser rojeras por mucho que lo intente. No está mal el asunto, aunque cabe recordar que sin utopías el mundo jamás se habría levantado, de forma que se podría decir que los soñadores o rojos a secas, alzaron el universo en que nos movemos. Rojo fue el primer homínido que pensó en pasarse por el forro de los cogieron los datos habidos entre las hojas de los árboles, para lanzarse a caminar erguido sobre la estepa en pos de un lugar lejano que sus congérenes negaban. Rojo debió ser Arquímedes cuando pidió que le dieran un punto de apoyo para mover el planeta, y también Galileo. Rojo era Colón creyendo que las indias estaban más cerca de lo que afirmaba la ciencia de entonces, y Newton cuando a falta de material adecuado, creó de cero el cálculo integral como haría un bilbaíno con tal de tener razón.

Los soñadores como Einstein creen más en las posibilidades que en las certezas, y de ser posible que hubiera gente como ellos en el paddock (olvidadlo, son todos de derechas, admitámoslo aunque sea a regañadientes), tonterías como que Kamui haya tenido que recurrir a un crowdfunding para conseguir sentarse en el habitáculo de un Caterham, o que Marcus Ericsson haya pagado diez millones de dólares por el de al lado en la misma escudería, simplemente no tendrían cabida.

El negocio da para mucho más que para todas estas miserias que son de otro tiempo. Soy consciente de que el deporte no cuenta, pero hay tela suficiente en el cotarro o alrededor suyo como para que estas situaciones que llevan a algunos a poner las manos sobre su cabeza mientras entonan el penitenciagite por lo mal que va la cosa, no deberían ocurrir jamás. Los pilotos pagan porque hay escuderías que necesitan llegar al 30 de cada mes como sea, ni más ni menos, mientras tipos como Jaime Alguersuari se apolillan en el armario, por ejemplo.

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