sábado, 3 de marzo de 2012

Walkürenritt [La cabalgata de las Valkirias]


Somos un país de porteras. Llevamos el poner la oreja tan grabado a fuego en nuestra cadena genética, que atendiendo a tan atávica llamada, resulta incluso comprensible que nos pase lo que nos pasa, como por ejemplo, que con la SOPA aparcada sine die en los USA y el ACTA esperando mejores vientos en Europa, en España hayamos tomado la delantera en eso de señalarnos con el dedo como ejemplo, aplicando la ley Sinde-Wert sin encomendarnos ni a Dios ni al diablo.

Será cuestión, muy posiblemente, de que llevamos el concepto de caballero español tan tallado en la mollera, que en conjunción con lo de la portería que aludía en el primer párrafo, el resultado se sugiere a todas luces como un perfecto despropósito que nos distingue del resto de componentes del género humano precisamente porque cogemos el toro por los cuernos sin importarnos si es vaquilla o Miura, tomando la bandera de lo que sea con tal de ser los primeros en alzarla, con tal de parecer que somos los primeros en tenerla, con tal de gritar a los cuatro vientos que a serios no nos gana ni nos ganará nadie, sin atender a que a veces el asta abrasa las manos que la sujetan. 

¡Si hay que ir se va, pero ir pa'ná es tontería!, como decía aquél. Y aquí que el españolito de a pie se convierte en leva que sigue ciega a su estandarte en una guerra que ni le va ni le viene, en un conflicto a tierra quemada que ha trabado un general al que ni se conoce ni se le espera. Que la Merkel que metió la gamba hasta el corvejón con lo de los pepinos pide recortes, pues ahí que hay un Zapatero o un Rajoy que sacan la tijera y se aplican a meterla sobre el cupo de humanidad que le ha tocado en suerte gobernar. Que los mercados piden que nos apretemos el cinturón para que la financiera universal mantenga su tripa cervecera lo más holgada posible, y ahí que vamos, a demostrar que tenemos cintura de avispa y nos alimentamos de aire...

Somos gilipollas. Eso es lo que somos porque así es como nos tratan y porque admitimos que así sea, porque nos dejamos y les dejamos, porque por vagancia no les mandamos a freír puñetas de una maldita vez, porque cambiamos de collar sin atender a cambiar de perro, que no lo cambiamos ni a la de tres, ya que para finolis y estúpidos, nada como el cuerpo de élite que formamos todos juntos y a una, disciplinado de narices, manso de cojones, leal hasta la extenuación o incluso la muerte, pues no hay quimera que se nos resista si hay una idea, una idea, por loca que sea, que marque nuestro paso y nos señale el horizonte próximo con la excusa de que hubo tiempos peores y herencias sangrantes, porque para eso somos españoles, para ser el faro de occidente, para que algún listo nos llame quijotes con toda la razón del mundo.

Manda narices que seamos una de las democracias más jóvenes y aún no hayamos espabilado en eso de entender que lo común no tiene por qué ser lo más conveniente salvo que atendamos a perdurar en el tiempo como nosotros mismos, a protegernos cuidando de nuestras raíces, como mandan los libros. Manda huevos esa puta necesidad de mostrar pelo para que nos lo miren y midan los que llamándose universales velan a todas hora por la seguridad de su pequeño patio.

Decía al comienzo que somos un país de porteras, más atento a lo que dicen o a lo que susurran los de afuera, los que nos observan, que a entender cuál es la frecuencia que más nos conviene por pura y segura praxis. Y decía, también, que así nos va mientras hacemos el indio por sacar un pecho que no tenemos, con tal de ser traducidos al italiano o hacer las américas cuando nuestros pies pisan un barro cada vez más mojado, todo por poder decir que fuimos los primeros en darnos el boinazo del siglo sirviendo de ejemplo a las generaciones presentes y futuras, pero jalonando el mañana de estúpidas adversidades cuyas consecuencias pagarán a precio de oro los que vienen detrás, porque el enemigo sigue siendo más o menos el mismo aunque ahora sabe de qué pie cojeamos: el español hace patria, a su manera.

¿De qué coño sirve pensar en todo esto...? No lo sé, me limito a mantener elevada mi pica mientras suena la cabalgata de las Valkirias, apostando a que lo que sea que viene, pase pronto ¿Fatalismo? ¡No, tampoco. Sólo algo de mala hostia!

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